Diario de un profesor teletrabajador

Son las 8.30- 09.00 a.m. Me levanto pensando en las tareas de hoy. Algunos días, incluso sueño con ellas; o no duermo dándole vueltas a qué les pediré. Desayuno viendo el informativo y enciendo el ordenador. Aluvión de correos recibidos después de las 9 p.m., hora en la que tengo por costumbre, apagar el ordenador. Envío las tareas programadas por partida doble: por la plataforma para los alumnos y comunicado a las familias. En algunos casos, las mando también a emails personales, después de pasar un rato buceando en la bandeja de entrada en la búsqueda de la dirección.

Reviso la entrega de tareas en la plataforma. Intento hacer comentarios personalizados a cada alumno. Parezco una penitente al repetir setenta veces lo mismo. Felicito a los que trabajan. Estiro el cuello para ver las fotos giradas. Registro quien ha entregado y quien no en la hoja de seguimiento. Abro de nuevo la plataforma para informar a padres. Soy como el fisco. Recibo justificaciones varias de los retrasos en la entregas. Hay quien no se maneja con las herramientas informáticas, quien no tiene buen acceso a Internet, quien no se ha organizado bien o quien se ha tomado vacaciones. Dan las 13.00-13.30 p.m. y dejo el ordenador para preparar la comida. La pantalla queda en suspensión, pero el móvil, en el que también he instalado la aplicación, sigue vibrando.

Veo un capítulo de una serie para hacer la digestión y vuelvo al ordenador. Son las 15.30-16.00 pm. En el intervalo de dos horas, ya me han entrado unos quince o veinte correos más. Gracias a dios, muchos son notificaciones de entrega de tareas. No preguntan nada pero hay que confirmar recepción. Con el correo siempre abierto, redacto las próximas tareas y fijo videoconferencias. Aviso a los alumnos de que miren su buzón, al que les llegará la invitación. En la pestaña del email, aparece un uno entre paréntesis (1). Pasa la tarde y hago pequeñas paradas para estirarme, leer un rato, hablar con mi madre. Suena una bocina en la calle, son las 8 p.m. y es hora del aplauso.

Son las 08.05 pm y toca hacer un último chequeo de tareas antes de cenar. Muchos las envían a estas horas. Me pregunto si el trabajo que mando es el adecuado. Algunos las envían al poco de subirlas, otros cinco minutos antes de concluir el plazo. Imposible calibrarlo. Me doy cuenta de que a muchos alumnos  les cuesta organizarse. Dudo si es bueno o malo marcarles plazos. Sin fechas de entrega se dispersan y con ellas, se estresan; es un hecho probado. Me pican los ojos y a eso de las 09.00 p.m., después de doce horas encendido, apago el ordenador. Ceno, veo un poco la tele y me voy temprano a cama, que mañana toca videollamada.

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