No hay ocaso para el acoso

Hoy, día mundial contra el acoso escolar, he leido en redes un relato estremecedor. Una adolescente confesaba su felicidad por estar confinada en casa y no tener que ir al colegio, donde estaba siendo acosada. En ese momento, me han venido a la cabeza otras muchas historias, incluida la mía propia. Por todos es bien sabido que la adolescencia es una etapa en la que la autoestima es extremadamente vulnerable y flaquea al mínimo embate de nuestros congéneres. No es fácil ser diferente y menos, en una época en la que lo que los otros piensen de nosotros, define en buena medida quienes somos.

Se ha hablado mucho estas semanas de los perjuicios del confinamiento en el desarrollo evolutivo de los adolescentes, ya que estos se nutren de las relaciones sociales. En estos tiempos, no han podido juntarse en los parques, charlar, hacerse fotos o elucubrar sobre sus amoríos. Tampoco han podido encontrarse en discotecas, en las que dar rienda suelta a sus ganas de experimentar. Y si bien una parte de los adolescentes, echarán todo lo anterior de menos, otra parte se sentirá en calma fuera del entorno escolar, donde lejos de la presión grupal, cada persona puede ser como quiera y hacer lo que le parezca.

Que niños y adolescentes están colmados de virtudes es una realidad, pero también lo es la crueldad que muchos manifiestan en ciertas ocasiones. Yo, como la mayoría de personas, fui objeto de burlas en mi época escolar. Primero en el colegio, por mi escasa altura y porque me gustaba jugar al fútbol con los niños. Por aquel entonces, los estereotipos de género ya hacían destrozos. Después en el instituto, porque no me gustaba ir de botellón, fumar o enrollarme con desconocidos. Por último, en la universidad, donde se suponía que lo que había que hacer los primeros años era desfasar en lugar de estudiar. Aun recuerdo como dejaba que me maquillasen para las fiestas, cuando yo lo detestaba.

Pasados los años, me siento afortunada porque nada de esto ha tenido consecuencias traumáticas en mi vida. Todas estas experiencias me han ayudado a reafirmarme en mis convicciones, a construir mi identidad y a afinar mi vista para con los adolescentes que puedan estar viviendo algo similar. Es cierto que a mí nunca me pegaron ni me insultaron abiertamente, lo que sentí fue exclusión social. Sin embargo, tal como han cambiado los tiempos y se ha agravado el acoso a través de Internet, me aterra pensar en las consecuencias que el acoso pueda tener en la vida de cualquier chavala o chaval.

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