viernes, 1 de noviembre de 2024

Docente sustituto, maestro en mudanzas

Mucho se habla de la buena vida del docente, no tanto de lo convulso que es el inicio del curso para el profesorado sustituto. La gente suele decirnos que no podemos quejarnos, tenemos el mejor calendario. Si bien esto es cierto, pocos son conscientes de la vorágine que supone para nosotros el mes de septiembre. Tras la calma veraniega, llega el momento más estresante del curso. Consultar la aplicación de la Consellería a diario, estar pendiente del teléfono y prepararse para, de un día para otro, tener que mudarse.

Si tienes la suerte de obtener plaza en agosto, podrás ir preparando el aterrizaje, buscando opciones con calma. Lo más habitual, sin embargo, es que no te avisen hasta el día anterior al inicio de clases. No tienes tiempo a buscar vivienda ni sabes que materias impartirás; lo que toca es ir día a día, sobreviviendo hasta el fin de semana. Es lo que yo llamo un aterrizaje de emergencia. Para los que somos de organizarnos con tiempo, esta situación es muy desafiante, ya que resulta complicado centrarse en la planificación de clases cuando no tienes un lugar donde cobijarte. Es por eso que siempre nos utilizo a los docentes sustitutos como ejemplo ilustrativo de la Pirámide de Maslow. 

Básicamente, existen tres opciones en el aterrizaje: conducir hasta tu casa, alojarte en una pensión u hostal o quedarte con el primer piso que encuentres medianamente confortable. Hay quien baraja la opción también de comprarse una autocaravana. La premura te impide prestar atención a varios detalles en los que en otras circunstancias, te fijarías a la hora de mudarte, como por ejemplo las humedades. Te pican los ojos, se te hiela la cabeza en cama y convives con los hongos que proliferan en superficies varias. En el mejor de los casos, dispones de un deshumidificador, en el peor, recurres a la ventilación. Un tema aparte es el menaje, que hasta que no lo tienes, no caes en la cuenta de como es de indispensable. Quizás en el anuncio del piso ni siquiera figure esto, quizás con las prisas ni cuenta te has dado.

Es por eso que la toma de posesión de una plaza desata una oleada de cortisol, que con suerte durará un par de semanas, hasta que por fin, consigas estar instalada. Es posible que esos primeros días, tengas que dormir tapada con una toalla porque no tienes ropa de cama. Quizás tengas que comprar platos y vasos desechables, una cucharilla para tomarte un yogur o un cuchillo para hacerte un bocata. Tendrás que renunciar a beber y comer caliente, por no disponer de tazas, sartenes u ollas. Pequeñas miserias cotidianas del que tiene que enfrentarse en tiempo récord a lo que según los expertos es uno de los sucesos vitales más estresantes: mudarse. Menos mal que como en todo en la vida, la experiencia es un grado y año tras año, vamos haciendo callo. 

viernes, 2 de agosto de 2024

La frustración en la carrera docente

Una vez, mi director de tesis me dijo lo siguiente en relación a su puesto de profesor en la universidad: "los que estamos aquí no es que seamos mejores, simplemente resistimos el desgaste al que nos somete el sistema". Después de unos años dedicándome a la docencia y habiéndome introducido este último en el sistema público, he descubierto que tenía razón. Me sigue sorprendiendo que alguna gente juzgue "la buena vida" del profesorado, sin ser consciente de la carrera de obstáculos que supone tener una plaza. Las personas que lo logran son auténticos héroes y heroínas a los que a base de trabajo duro y muchas renuncias, en un momento dado, les ha sonreído la suerte. Factor clave cuando se suma al esfuerzo.

Empecemos por la enseñanza privada. Puede ocurrir que el perfil de profesor encaje con el proyecto educativo del centro, que el equipo directivo esté satisfecho con su trabajo, que congenie con sus compañeros, que sea valorado por el alumnado pero... no existan vacantes tras concluir la sustitución pertinente. El docente, 100% implicado con el colegio, habrá de lidiar con la frustración que supone que valoren su trabajo, pero no haya vacantes en el claustro. Quizás le aborde el pensamiento "si lo hubiese hecho mal, sería más fácil entenderlo". Aunque le cueste encajar la no renovación, se dará cuenta de que lo importante es la sensación de haber hecho lo correcto y buscará otros colegios, hasta que en un momento dado, consiga una jubilación o una plaza recién creada. Para que luego digan que es fácil trabajar en la privada. Suerte sí, pero buscada.

Sigamos con la enseñanza pública, el culmen de la meritocracia; un sistema que desafía la salud mental del profesorado año tras año. En tanto que sustituto, el docente tratará de acostumbrarse a la incertidumbre de no saber donde estará o que materias impartirá el curso próximo, con las consecuencias que esto traiga para su vida personal. A ello, le sumará la preocupación de hacer cursos para sumar puntos en el famoso concurso-oposición (si es que un día llega a aprobarla). Estudiará varios años consecutivos, llegará incluso a aprobar el examen, pero quizás no obtenga la plaza. Habrá de lidiar con la frustración del esfuerzo no recompensado y seguirá intentándolo (obligado por el sistema), hasta que un buen día, consiga situarse a la cabeza de la lista y obtenga la plaza. Una vez más, la suerte sí, pero buscada.

Volviendo al doctorado, por el que comenzamos. Si algo se aprende en esos años, es a ser resiliente, a trabajar para ver resultados en el plazo de años y sobre todo, a aceptar que hay factores que no dependen de uno mismo en la consecución de un puesto. La existencia de vacantes en los centros concertados, la obtención de una plaza en el concurso-oposición o mismo la consecución de una plaza docente en la universidad son sucesos que, en cierta manera, dependen del azar y de la situación de otras personas. La suerte no llega de repente, hay que vencer la frustración y no dejar de perseguirla. 

miércoles, 3 de julio de 2024

La liga de la educación formal

El otro día, mientras esperábamos en la lectura de las oposiciones, un compañero de especialidad me dijo: "si no puedes jugar en primera división (refiriéndose a la Universidad), lo mejor es estar en segunda" (Formación Profesional). Desde entonces, llevo tiempo dándole vueltas a este comentario. Mucha gente opina que ser profesor de universidad es el culmen de la docencia. Si bien es cierto que los profesores universitarios han de ser doctores, no existen tantas diferencias con respecto a los docentes de enseñanza media mientras no se obtiene plaza fija: el salario y la inestabilidad laboral son parecidos. Quizás lo que entra en juego aquí es el distinto reconocimiento social que tiene la enseñanza en cada una de estas etapas.

En mis años como doctoranda y en el semestre en el que fui profesora en una universidad a distancia, me di cuenta de que el trabajo del docente se limita a la impartición de clases magistrales, corrección de exámenes trimestrales y tutorización de trabajos fin de titulación. Esto es así porque el alumnado es adulto y por lo general la docencia ocupa la mitad del tiempo del profesor o profesora, que dedica la otra mitad a la investigación. Esto hace que en ocasiones, los profesores universitarios descuiden sus obligaciones docentes y como consecuencia, los estudiantes reclamen desesperadamente su atención, sobre todo en lo que se refiere a la realización de trabajos. El trato con el alumno se restringe en este caso a una videollamada grupal, unos cuantos emails intercambiados a lo largo del curso y a un "tu cara me suena" en las pruebas de evaluación. 

En los años que llevo como profesora de Enseñanza Media y especialmente durante la pandemia, me di cuenta del papel clave del docente como guía-orientador del aprendizaje. A este nivel, el profesor o profesora desgrana los contenidos, diseña actividades y realiza un seguimiento exhaustivo de los estudiantes, que muchas veces son incapaces de abordar el temario en su ausencia. Por su edad, el alumnado aún carece de la autonomía necesaria para adquirir el conocimiento de manera independiente. Es por eso que el docente de Enseñanza Media marca tareas, realiza pruebas frecuentes y es conocedor de la casuística académico-personal de los estudiantes. Además de las horas de pizarra, ha de corregir tareas, un sinfín de exámenes y comunicarse con tutores y familias.

En mi opinión, todos los maestros y maestras, sin importar el nivel, merecen el mismo respeto. Me atrevería a decir incluso que cuanto más pequeños son los alumnos, más importante es la figura docente: Infantil, Primaria, Secundaria y por último, Universidad. Para muestra, lo mucho que quieren los estudiantes a las docentes de Infantil y la animadversión que generan muchos catedráticos. No se trata de desprestigiar la labor de los profesores universitarios, si no de darles a los docentes de etapas preuniversitarias la misma consideración y respeto, ya que en realidad, todos jugamos en la misma liga.

domingo, 23 de junio de 2024

Querido abuelo VI

Querido abuelo,

Parece mentira pero otro curso ha terminado, el tiempo cada vez pasa más rápido. Como ya te conté anteriormente, este año supuso un gran cambio para mí. Entrar en el sistema público fue encontrarme de lleno con la burocracia, pero también con un horario llevadero y grandes oportunidades formativas. Me ha tocado ponerme al día con la documentación y poner a prueba mi ingenio para motivar a un alumnado de lo más heterogéneo. Pero ya me conoces abuelo, con lo que me quedo siempre, es con el factor humano. Al margen de los recursos, a veces incluso a contracorriente del sistema, la educación es posible gracias a las personas.

En la escuela pública, he encontrado magníficos compañeros. Como sustitutos e interinos, intentamos no naufragar en la tempestad del curso académico, al fin y al cabo todos somos novatos. Por eso, la mayoría de gente está dispuesta a echar una mano. Este año he conocido a profesoras y profesores comprometidos con la igualdad, el cuidado medioambiental, la potenciación de la creatividad y el trabajo directo con las familias. En lo que respecta al alumnado, he visto salir adelante a estudiantes con situaciones complejas, pero también como perdíamos a otros en el camino. Ya sea por falta de recursos en casa o de motivación en el aula, algunos abandonan el sistema sin que podamos hacer nada. Es algo a lo que es difícil acostumbrarse. La cara y la cruz de un sistema público, que da cabida a todos, también a los hijos e hijas de aquellas familias que no pueden pagar clases particulares.

Pero ser docente en el sistema público, también lleva implícito otro requisito: pasar por la famosa oposición, un sistema de baremación del profesorado, en el que se valora la capacidad memorística y la práctica docente y en el que la suerte, es un factor clave. Estemos o no de acuerdo con este sistema, es algo por lo que debemos pasar los docentes si queremos seguir enseñando. Y eso también lo he aprendido este año, abuelo. Que lo importante es dar lo mejor de una misma y que ese examen que a priori puede parecer aterrador, no es más que una oportunidad de seguir aprendiendo y un recordatorio básico de lo que significa ser docente: revisar lo que haces año tras año. Un largo camino, que estoy empezando; siempre contigo a mi lado. 

Como siempre te digo abuelo, creo que este es uno de los mejores trabajos del mundo. Aunque hay momentos muy complicados, el cariño que recibimos los maestros es ilimitado. Este curso en particular, he tenido estudiantes que lo han pasado realmente mal, para los que las profesoras fuimos un salvavidas y que incluso, llegaron a decirnos "te quiero". Ahí caí en la cuenta, abuelo, que la escuela es el único lugar seguro para muchas personas. Y en cuanto al trámite por el que tenemos que pasar los docentes, quizás este pensado para hacernos mas resilientes y poder hablar con conocimiento de causa de la aceptación de los "fracasos" y del valor del esfuerzo sostenido en el tiempo. Nada mejor que predicar con el ejemplo.

Gracias abuelo por la paz y tranquilidad que me infundes siempre, sé que eres tú.

Te quiero,

Eva

lunes, 5 de febrero de 2024

FP BÁSICA: FALLO DEL SISTEMA

Al poco de enterarme que este año me tocaría dar clase en FP Básica, uno de mis primos, que lleva bastantes años como docente de Formación Profesional, me dijo: "al alumnado de FP Básica, lo único que le puedes dar es cariño". En su momento, la frase me pareció desoladora. Sin embargo, inicié el curso motivada por el reto de intentar enseñar algo útil a un grupo de chavales en los que confluyen necesidades educativas especiales, problemas conductuales y situaciones familiares complejas. En muchas ocasiones, agravado esto, por el consumo de sustancias. Nuestro alumnado son las víctimas del sistema.

Cuando empezó el curso, enseguida me di cuenta de que la motivación por el aprendizaje en estos chavales no es que sea escasa, es que es inexistente. Esto se manifiesta en el saludo diario, cuando a los "buenos días", contestan "serán para ti" y eso, los que contestan. El tiempo de atención es muy limitado, cinco minutos de discurso del docente bastan para que hayan desconectado. Entonces, se entretienen lanzando objetos y faltándose al respeto, algo que parecen haber asumido como deporte. El insulto es su lenguaje; los gritos, su tono habitual. El esfuerzo del docente, afanado en aplicar metodologías alternativas que puedan motivarlos (jugar, construir, experimentar), se ve recompensado con burlas o la más absoluta indiferencia. Y es así como, psicológicamente agotado, el docente coge la baja después de Navidades. En cuanto a ellos, la vida sigue igual: un día más calentando la silla, uno menos para que se acabe la obligatoriedad. Es algo que reconocen abiertamente además, "cuando cumpla los dieciséis, ya no me veis más". Y llegado el día, la terrible profecía se cumple: adiós escuela, hola delincuencia.

Personalmente, creo que nuestra labor como docentes es evitar que estos alumnos abandonen el sistema, contagiarles la ilusión por un oficio, por hacer algo de provecho con sus vidas. La teoría todos la conocemos, pero la práctica, el día a día en las aulas, es otra historia. Dar clase, la labor más grata para un docente, se convierte en una penitencia, un reto desalentador, sobrevivir hasta final de curso. Vale que el alumno estándar de FP Básica no sea receptivo, pero tampoco se trata de estigmatizarlo aún más, sino de buscar la forma en la que el sistema ayude al profesorado en la ardua tarea de educarlos.

Desde que hace unos meses, empecé a impartir docencia en esta etapa, he reparado que determinados aspectos de la organización escolar juegan en contra del profesorado. En primer lugar, no se entiende como estos chavales tienen en su horario dos horas seguidas de la misma materia. Es lógico en el taller, pero no en los módulos comunes que habitualmente aborrecen. Son horas completas además, no sesiones de 50 minutos como en la ESO. La primera la aguantan, pero la segunda es un esfuerzo titánico, una batalla perdida para el docente. Por otra parte, no se concibe como estos chavales, muchos de ellos con TDAH, no tienen al menos dos horas semanales de Educación Física; necesitan moverse, como cualquier adolescente, pero más si cabe. Igualmente, es sorprendente que en FP Básica no existan las adaptaciones curriculares, gracias a las cuales, muchos alumnos con dificultades salen adelante en Secundaria. Tampoco hay en los centros, profesorado de pedagogía terapéutica que trabaje con ellos, lo que nos pone en la esperpéntica situación de explicarle ecuaciones de primer grado a un alumno de quince años que suma con las manos. Todo esto añadido al gran problema de todo el sistema educativo: las ratios, que dadas las características de este alumnado, debieran ser aún más bajas.

No sea esta una canción desesperada, porque si de algo estoy segura es de que la educación puede cambiar el mundo; aún quedan muchos y muchas docentes en las aulas con ganas de intentarlo. Necesitamos, sin embargo, que nos doten de los recursos necesarios para que no nos pueda el desánimo. Si la pérdida de autoridad es un mal generalizado del sistema educativo, la vulnerabilidad del profesorado de FP Básica es máxima, sometido como está diariamente al desplante y con esa perpetua sensación de fracaso. En los tiempos que corren, más que nunca, ser docente es ser valiente.

domingo, 17 de diciembre de 2023

Las dos caras de la moneda

Siempre que termina el año, siento la necesidad de reflexionar sobre lo que a mi carrera docente se refiere y las vueltas que ha dado en los últimos meses. Ahora, que por primera vez estoy ejerciendo como profesora en la enseñanza pública, tengo la sensación de que las piezas de mi puzzle particular comienzan a encajar. De la escuela concertada religiosa, donde pude conocer en profundidad el voluntariado a la escuela pública, concretamente al Departamento de Servicios Socioculturales y a la Comunidad, donde creo haber encontrado mi lugar. Yo, que estudié veterinaria y puse de segunda opción Trabajo Social, actualmente me considero muy afortunada de poder formar a personas, cuyo trabajo es el de ayudar a los demás. 

A comienzos de este año, terminaba una baja de maternidad en un colegio concertado, que como en los casos anteriores, abandoné entre lágrimas y profundamente agradecida. Tuve la suerte de conocer a compañeros y compañeras maravillosos y disfruté enormemente impartiendo por vez primera, exclusivamente mi materia. Los grupos que tuve me inspiraron enormemente para diseñar propuestas didácticas y siempre llevaré en el corazón aquel tiempo compartido. En los colegios concertados, descubrí la importancia de la educación integral de la persona y del compromiso con el entorno, al tiempo que puse a prueba mi vocación e "hice callo" como docente. Mi alumnado de entonces sufría los problemas inherentes a su edad, esos que sobrevienen cuando pretendes construir tu personalidad en un mundo pseudovirtual. Ahora me doy cuenta, sin embargo, de que la mayoría de mis alumnos y alumnas eran unos privilegiados ya que tenían una familia detrás que les daba amor y respaldo.

Desgraciadamente, esto no siempre es así en la escuela pública, accesible a todos sin importar el nivel socio-económico del personal. El perfil del alumnado es muy diverso y en ocasiones, a los conflictos derivados de la adolescencia, se suma la falta de una red de apoyo familiar. Y es que la escuela es solo la cara de la moneda; la cruz es el hogar, y en muchos casos, este no es el ideal. En sólo tres meses en la escuela pública, he vivido situaciones a las que nunca había tenido que enfrentarme en los cinco años anteriores en la concertada. Alumnos que no controlan su agresividad llegando a ejercer violencia física contra sus iguales, alumnos adictos al consumo de sustancias; alumnas envueltas en relaciones tóxicas y otras, víctimas de violencia en el ámbito familiar. La escuela pública es para muchos, una vía de escape y la formación, su tabla de salvación para conseguir un trabajo, la independencia, una vida mejor. La labor docente alcanza aquí una nueva dimensión; más allá de lo académico, las profesoras y profesores proporcionamos a nuestro alumnado la confianza y el cariño que en ocasiones les falta y reclaman mediante determinadas conductas, muchas veces contrarias a la convivencia.

No pretendo con esta reflexión minimizar los desafíos de la adolescencia, pues tanto los alumnos de escuelas concertadas como públicas han de lidiar con los problemas derivados del uso de las pantallas, que tanto repercuten en su salud mental. No pretendo tampoco dibujar una línea roja entre el alumnado de unos y otros centros, pues toda generalización es un error. Hay familias desestructuradas en la concertada y familias estructuradas en la pública. Yo misma estudié en la escuela pública y siempre tuve una familia amorosa y presente y otros, fueron a la escuela concertada y sufrieron con la separación de sus padres, por ejemplo. Lo que está claro, en cualquiera de los casos, es que los docentes tenemos la responsabilidad de ser esa segunda o para algunos, primera familia. Seamos guías, referentes, la mano amiga de todos aquellos alumnos que nos necesiten. 

jueves, 24 de agosto de 2023

Israel y su magia

Se han escrito muchos libros y guías de viaje sobre Tierra Santa. Esta es mi crónica personal de los momentos mágicos que allí vivimos. Al margen de creencias religiosas, nuestro viaje a Israel tuvo mucho de peregrinación. Calor extremo, cansancio y unas cuantas picaduras de insecto. Todo comenzó con un par de escalas, teniendo que hacer noche en el aeropuerto de Roma. Es lo que tiene ajustar al máximo el presupuesto para poder viajar en agosto. Digo hacer noche, porque lo que es dormir más bien poco. La frialdad y dureza del suelo se vio compensada, sin embargo, por un improvisado recital de piano y violín. Fue tan bonito ver a personas de distintas nacionalidades correr tímidas hacia su asiento después de tocar; es lo que tiene la música, que es un lenguaje universal. Pasar por la cuna del cristianismo en Europa para luego conocer sus orígenes en Oriente Próximo. Puede que fuera el destino o la casualidad; pero este fue para mí, el primero de los momentos mágicos de este viaje. 

El segundo momento mágico sucedió en Cesarea, ciudad costera donde están las ruinas de uno de los mayores puertos romanos del Mediterráneo, obra de Herodes el Grande. Para llegar hasta allí, según Google (la red de transporte israelí está perfectamente sincronizada), debemos coger un autobús urbano. De repente, caemos en la cuenta de que no podemos pagar en efectivo y necesitamos la tarjeta de transporte. Vamos a preguntar a los funcionarios de la estación de tren y al oírnos hablar, uno de ellos nos contesta en perfecto español. El señor, judío de entre cincuenta y sesenta años, nos cuenta que aprendió el idioma en EE.UU., donde sus ancestros emigraron hace más de quinientos años. Nos pregunta si entendemos bien su español latino y nos confiesa que a veces le da vergüenza hablarlo por temor a no hacerlo bien. Su historia nos hace pensar en la Edad Media, cuando los Reyes Católicos expulsaron a los judíos de España. Este buen hombre, no parece guardarle a nuestro país ningún rencor.

El tercer momento mágico aconteció en Nazaret. Nadie diría que el hogar de la Sagrada Familia es hoy la ciudad con más población árabe en Israel. Sorprende ver como grupos de italianos y españoles (fundamentalmente andaluces) acuden en masa a conocer el Santuario de la Anunciación; y es que el turismo religioso mueve montañas. Pero volvamos a la magia, aquella que acontece cuando te cruzas con personas especiales. Cual fue nuestra sorpresa cuando descubrimos que la mujer japonesa que ocupaba nuestro alojamiento el día anterior, hablaba un perfecto español. Había estudiado en Salamanca y estaba de vacaciones con su hijo. El chico, de unos dieciséis años, vino corriendo para hablar con nosotros y poner en práctica el inglés que estudiaba. Sonreía todo el rato y nos hizo varias reverencias con la mano en el corazón. En ese momento pensé que los occidentales tenemos mucho que aprender de nuestros congéneres del Lejano Oriente en materia de modales.

Pero si hay un lugar donde los momentos mágicos se arremolinan es Jerusalén. El magnetismo de la Ciudad Santa se hace patente en las calles, en cada interacción, en los lugares sagrados. La simpatía de los conductores de autobús, la mirada de desconfianza de la policía, el hartazgo de algunos monjes de los turistas o la picardía de los vendedores del bazar. Todos forman parte de esta caleidoscópica ciudad.

Nada más llegar, hacemos un city tour con un guía judío-argentino, que nos lleva por los lugares más sagrados del cristianismo y del judaísmo, sin mención alguna al mundo musulmán. Nos conduce al Cenáculo, donde se cree que tuvo lugar la Última Cena, una sala vacía que acoge a todos los fieles que allí quieran rezar, sin importar su religión. No hay cruces, ni tampoco menorah; sólo un viejo mihrab que señala la Meca, testimonio de un pasado musulmán. El lugar emana una energía muy particular, canalizada a través de un gato que se acerca a los turistas y se tumba junto al olivo, el único símbolo que engloba a todos por igual. 
En el monte Sión, dentro de una sinagoga, visitamos por separado (hombres a un lado y mujeres a otro) la tumba del Rey David, fundador de la ciudad. Ellos deben ponerse la kipá para entrar. A la salida, tenemos la suerte de ver de reojo un matrimonio judío ultraortodoxo: los novios tienen unos veinte años de edad y de acuerdo a la tradición, rompen una copa después de brindar. Lo que más nos sorprende es que finalizada la ceremonia, suena música dance. Los invitados van vestidos con sus mejores galas; los hombres llevan el famoso shtreimel, el gorro de cola de zorro. Su vestimenta de abrigo sorprende en pleno agosto (íntegramente de negro). Nuestro guía nos recuerda que muchos judíos jasídicos proceden de la antigua URSS. Las mujeres, con faldas por debajo de la rodilla y blusas de manga larga, se cubren el pelo una vez casadas. Caminan por la calle embarazadas, con un carrito de bebé y rodeadas de mínimo, otros tres niños más. Lo dice el Génesis- creced y multiplicaos- y las estadísticas: Israel es uno de los países con mayor tasa de fecundidad de Asia. Nuestro guía nos cuenta que en la mayoría de casos son las mujeres las que trabajan, mientras los maridos se dedican al estudio de la Torá y echan una mano con los hijos. Parece ser que en la primera cita se toma un té, en la segunda se pasea y en la tercera, si hay sintonía en la pareja, se empieza a preparar el matrimonio.

No me la imaginaba así, esperaba otro tipo de templo. La Iglesia del Santo Sepulcro es un galimatías estético donde todas las ramas del cristianismo reclaman su lugar (católicos, ortodoxos, coptos...). Es agosto del 2023, el santuario está en obras y la iglesia se muestra aún más caótica de lo habitual; a mi modo de ver, un puzzle hecho con piezas que no acaban de encajar. El momento mágico acontece cuando un chico de unos veinte años, que tiene a su madre en videollamada, empieza a llorar frente a la Piedra de la Unción, por la que los fieles pasan sus objetos personales para bendecirlos. La emoción de esa madre traspasa la pantalla y llena nuestros ojos de lágrimas. Dentro del Santo Sepulcro, lo que más impacta es la sensación de calor, las lámparas de aceite cuelgan del techo en un espacio muy reducido. Desde la antesala, emociona ver a cuatro jóvenes andaluces arrodillados recitando su plegaria en esos diez-quince segundos en los que el monje custodio, franciscano u ortodoxo según la hora del día, permite permanecer dentro. El Santo Sepulcro es la tumba de Jesús según el relato romano pero además de esta, existe otra, en pleno barrio árabe: la Tumba del Jardín. Es aquí, donde vivimos otro momento mágico: un grupo de africanas evangelistas vestidas con togas de colores canta dando palmas "Jesus is alive", al más puro estilo gospel. Su alegría nos contagia y se nos escapan las lágrimas. Mientras que el Santo Sepulcro es un lugar oscuro donde se honra la muerte; la Tumba del Jardín es un lugar lleno de luz donde se celebra la vida. Lo cierto es que siempre he admirado la capacidad de algunos cristianos de convertir la misa en una auténtica fiesta.

Si hay una vista de la ciudad Santa que impresiona, es desde el Monte de los Olivos, el gran cementerio judío, donde por falta de espacio algunos pagan auténticas fortunas para enterrarse. Los fieles descansan eternamente, mientras esperan la construcción del Tercer Templo. Los autobuses llevan a los turistas a la cima y luego, estos descienden hasta la base. Nosotros subimos a pie y gracias a ello, tenemos la suerte de estar solos en el Jardín de Getsemaní, observando los olivos milenarios, junto a los que la Biblia dice que detuvieron a Jesús. Contemplar árboles tan antiguos es algo indescriptible; su energía es única, son testigos de siglos y siglos de historia. La Iglesia del Sepulcro de María en el Valle del Cedrón, que separa el Monte de los Olivos de la ciudad amurallada, es otra joya escondida en el subsuelo, cuyo techo está oscurecido por el humo de las velas. Acudimos en plena celebración de la misa ortodoxa: la humedad y la marabunta de gente hacen que tenga que sentarme por un momento. Los fieles comulgan con pan y uvas y los sacerdotes golpean las escaleras con una especie de báculos. 

Otro momento mágico, esta vez más mundano, lo vivimos en una lavandería callejera, donde una señora francesa nos da detergente y nos explica como funcionan las máquinas. Mientras hacemos la colada, mantenemos con ella y su hija una agradable conversación en francés, en la que nos cuenta que desde hace años su familia pasa su mes de vacaciones en Israel. La mujer, que se define como protestante, adora el clima espiritual de la ciudad. Su voz inspira una profunda paz; su corazón está lleno de bondad.

El domingo por la mañana nos dirigimos a la Explanada de las Mezquitas, a través de la entrada junto a la plaza del Muro de las Lamentaciones, la única por la que pueden acceder los no musulmanes. La tranquilidad que allí impera es total, un remanso de paz en medio de una bulliciosa ciudad. El barrio árabe, el más grande de la ciudad, es más desordenado y animado que los demás. Aunque cueste creerlo, en él se encuentran la mayoría de estaciones de la Vía Dolorosa, el camino que hizo Jesús con la cruz y que los turistas religiosos llegados de todas partes del mundo reproducen. Admiramos la Cúpula de la Roca, recubierta de azulejos de vivos colores. Pocos edificios reúnen tanta belleza como aquel sobre el cual según el Corán, Mahoma ascendió a los cielos. Descubrimos que la obra fue un encargo a los ceramistas armenios. Este pueblo fue el primero en abrazar el cristianismo y actualmente, constituye una minoría en la ciudad Santa. Según la tradición, ellos custodian la cabeza del apóstol Santiago el Mayor, patrón de Galicia. Desafortunadamente, la iglesia estaba cerrada por reformas; pero en nosotros queda el germen de conocer más a fondo a este pueblo y viajar próximamente a Armenia.

Y por último, el momento más mágico de todos. Atardece en Jerusalén y todo el mundo se dirige al Muro de las Lamentaciones. Un ritual que repetimos los tres días que estuvimos en la Ciudad Santa. En todas las entradas, controles de seguridad. La policía israelí tiene una fuerte presencia en el lugar. Sorprende ver a jóvenes sin uniforme con metralletas; entendemos en ese momento, los carteles en los que, junto a no comer o vestir de forma recatada, figura la prohibición de entrar sin armas. 

En la plaza del Kotel, hay sitio para todos, fieles y turistas. Junto al Muro, los judíos ultraortodoxos se amontonan en una esquina, la más próxima a la piedra fundacional (donde Abraham hubo de sacrificar a su hijo Isaac), mientras se balancean en su oración. Los más jóvenes cantan y bailan para celebrar el "Shabat"; las mujeres hacen lo propio en su lado del Muro. Cuando estoy escribiendo mi petición, una chica judía se me acerca para recordarme que "en Shabat, escribir no está permitido". Guardo el papel y le pido disculpas; vuelvo el próximo día. Por fin, me acerco al muro y dejo allí mi papelito. Cuesta tocarlo, el lado de las mujeres es más pequeño y está abarrotado. Siento el calor que irradia la piedra y el que emana de ellas, que se van caminando de espaldas para no dar la espalda al Muro. Me retiro a la parte trasera de la plaza, me siento en el suelo y contemplo a las personas que pasan. Parejas y familias judías me piden que les haga una foto. Es entonces, cuando se escucha la voz del muecín, que llama a la oración desde el otro lado del Muro y todo se entrelaza. Aunque judíos y musulmanes comparten mucho (hebreo y árabe son muy parecidos al oído), el conflicto social y político sigue existiendo en una tierra literalmente dividida. Sentada en la plaza, donde me siento aceptada, siento una profunda tristeza al recordar el muro con Cisjordania que vi en la carretera. Educada como fui en el catolicismo, me maravillo una vez más pensando en la trascendencia que Jesús tuvo en la historia de las tres religiones (como Mesías en el Cristianismo, profeta en el Islam y hereje en el Judaísmo) y me pregunto si el cristianismo hubiese llegado a nuestros días si no fuese abrazado por Roma. Quizás sería una religión muerta y mi madre no rezaría con tanta fe a la Virgen, a Jesús y a todos los santos.

Israel es un país muy joven, así lo atestiguan las grúas que conforman su paisaje. Este hecho es especialmente visible en Tel-Aviv, una ciudad cosmopolita donde abundan los rascacielos y las playas con palmeras recuerdan a las de la costa californiana. Aquí, apenas se ven judíos uniformados y las chicas visten top y mallas deportivas. Una ciudad, con mucho menos encanto que Jerusalén, pero en la que también pudimos presenciar un atardecer mágico, desde las aguas a 30ºC del Mediterráneo.

domingo, 18 de junio de 2023

Buenas y no mejores amigas

Tengo que confesaros que siento verdadera admiración por aquellas personas que conservan a sus amigas de la infancia. Desde el colegio, aún separadas en la universidad, hay amigas que son capaces de mantener el contacto y reencontrarse después de años, muchas veces convertidas en madres. Esas amigas que compartían sueños en el instituto y de adultas, siguen compartiendo vida. Esas amigas, que gracias al esfuerzo de ambas partes, han conseguido un vínculo inquebrantable. Es algo mágico.

De adolescente, tuve una mejor amiga. En aquel tiempo, ella era todo para mí. Nos pasábamos el día juntas; una en casa de la otra, éramos uña y carne. Fueron muchas las veces que nos juramos amor eterno; lo escribimos en nuestras carpetas, jamás nos enfadamos. Ella tenía un carácter fuerte; yo, no tanto. Pero hacíamos un tándem perfecto, nos defendíamos mutuamente y nos creímos inseparables. Supongo que estábamos cegadas por el amor que nos profesábamos y éramos incapaces de ver nuestros respectivos defectos. Nos costaba decirnos abiertamente que nos habíamos hecho daño. No creo que ninguna fuera culpable, ambas lo dejamos pasar y no pudimos resistir el paso del tiempo. 

De adulta, tuve la suerte de tener varias "mejores" amigas. Comprendí que las amigas de verdad no requieren esa exclusividad superlativa. Ni mejores ni peores, simplemente, buenas amigas. Al igual que en la infancia, esas amigas nacieron de circunstancias comunes; misma carrera, mismo trabajo. Compartimos tiempo y espacio, siendo conscientes de que las circunstancias de ambas en un futuro, cambiarían. Exprimimos al máximo esas épocas juntas y tuvimos también nuestras desavenencias. Teníamos ya un carácter forjado, éramos muy parecidas en algunas cosas y en otras, muy diferentes. Nunca nos cegó el amor, siempre tuvimos la confianza suficiente para hablar de nuestros defectos. Hubo momentos en que nos reconocimos que nos habíamos hecho daño, pero ambas pusimos de nuestra parte y conseguimos resistir el paso del tiempo.

Hay personas que pueden construir amistades incondicionales ya desde la adolescencia. Cuando miro a mi alrededor, me doy cuenta de que estas personas tienen ciertas cualidades en común: sólidos valores, una gran madurez, un amplio sentido del deber y la responsabilidad y una generosidad sin límites. Otras personas, entre las que me incluyo, necesitamos encontrarnos a nosotras mismas para poder construir amistades incondicionales. Afortunadas las que tenemos esas amigas de referencia a nuestro lado.

martes, 25 de abril de 2023

Doctor Jekyll y Mr. Hyde

En estos últimos meses, en los que he vuelto a dar clases particulares, he podido reparar en la dicotomía que supone ser profesor de aula y profesor particular. Si bien ambos enseñan, el profesor de aula tiene la responsabilidad/poder de evaluar, lo que en ocasiones, lo convierte a ojos del alumnado en una figura a temer y respetar. El profesor particular, en cambio, es una especie de consejero, una figura de confianza que emprende junto al alumno la tan importante empresa de "aprobar". Se forja entre ambos una alianza tácita con un objetivo común: "combatir" al profesor de aula. Y es que los docentes hemos de ser versátiles, en ocasiones Doctor Jekyll (particular) y en otras, Mr. Hyde (titular).

El profesor particular establece con su alumnado una relación cercana, conoce de primera mano sus preocupaciones y dificultades y al no tener la presión añadida de evaluar, disfruta plenamente del proceso enseñanza-aprendizaje. Al ser un sólo alumno o un pequeño grupo, dispone del tiempo suficiente para pararse con cada uno y que nadie se quede atrás. El clima de las clases es muy familiar, al encontrarse el alumno fuera de su grupo habitual no duda en preguntar ni teme cometer errores. Solo así, se puede poner en práctica un verdadero aprendizaje horizontal. La contrapartida de todo ello es que el profesor particular debe amoldarse a las directrices del profesor titular, no disponiendo de mucho margen para la innovación o la creatividad. Las familias recurren a él con un objetivo claro: aprobar.

El profesor titular (Mr. Hyde) cuenta con decenas de alumnos a los que a veces, es difícil manejar. Desbordado por el mal comportamiento de una clase, puede perder la paciencia con mayor facilidad. Ha de lidiar con momentos de griterío extremo cuando quiere explicar y con los incómodos silencios cuando lanza una pregunta al aire y por miedo a hacer el ridículo, nadie se atreve a contestar. Situaciones ambas que resultan de lo más frustrantes y pueden desembocar en un aprendizaje vertical, donde el profesor dicta y el alumno se limita a copiar. El profesor de aula tiene, sin embargo, el magnífico poder de transformar el currículum y hacerlo atrayente para su alumnado, de contagiar el amor por su materia e influenciar a un gran número de estudiantes. Como decía el tío Ben, "un gran poder conlleva una gran responsabilidad" y la contrapartida a esto, es tener que evaluar.

La mayoría de profesores empezamos nuestra carrera como Doctor Jekyll, dando clases a unos pocos alumnos de Secundaria cuando estamos en la universidad. La diferencia de edad con nuestro alumnado es menor y quizás por esto, es más fácil para todos empatizar. Las clases particulares son una oportunidad magnífica para disfrutar de la docencia, sin la presión del papeleo, los exámenes o las notas. Desafortunadamente, no siempre es un trabajo bien remunerado. Así que por cuestiones salariales y sobre todo vocacionales; el doctor Jekyll se transforma en Mr. Hyde, pasa a ser matutino y asume gustoso el papel de "villano" para poder liderar un verdadero cambio en las aulas.

jueves, 29 de diciembre de 2022

Querido abuelo V

Querido abuelo,

Siempre que el año termina, no puedo evitar echar la vista atrás y hacer balance. Hace ya seis años que no estás y mi vida, como ya te he contado en otras ocasiones, ha cambiado mucho. De la universidad a un colegio y luego a otro y después, a otro más, esta vez en distinta ciudad. Tú ya sabes abuelo que soy una persona que se adapta fácilmente a los cambios, a la que le gusta reinventarse, pero no te voy a negar que últimamente, cuando miro a mi entorno, añoro cierta estabilidad. Conocer formas distintas de trabajar me ha hecho crecer como docente, pero despedirme de alumnos y compañeros a los que aprecio, es algo que por más veces que haga, me sigue costando. Y es que es difícil no encariñarse con las personas, sobre todo si son tan maravillosas como con las que he tenido la suerte de cruzarme. 

Pero vayamos al lío, abuelo, que ya sabes que yo soy mucho de enrollarme. Lo cierto es que este año, en lo que se refiere al ámbito profesional, no puedo quejarme. Como profesora, conseguí un contrato a tiempo completo, impartiendo únicamente mi asignatura; ese es un lujo que no siempre tenemos los docentes. Y como lo he disfrutado, abuelo. Lejos de los conflictos de la edad del pavo, he podido desarrollar la materia como siempre había soñado, haciendo proyectos, compartiendo inquietudes e intentando contagiar a los chavales mi entusiasmo. Aunque asumo gustosa el reto de la ESO, he podido experimentar lo increíble que es enseñar en Bachillerato, a alumnos hipermotivados, a los que les interesa de verdad la asignatura, con los que se puede practicar la exigencia y la cercanía a partes iguales. Tener la oportunidad de enseñar a los mayores ha sido, sin duda, la gran experiencia de este año.

En lo que concierne a mi vocación divulgadora, he conseguido sacar un gran proyecto adelante en la mejor de las compañías: un concurso de monólogos científicos. Ya sabes, abuelo, que en la divulgación, encontré la forma de aunar mis dos grandes pasiones: la ciencia y la comunicación. Fueron meses de arduo trabajo pero la experiencia mereció la pena; plantamos la semilla de algo importante, abuelo, pues como en todo, lo difícil son los comienzos. Gracias a ello, he conocido gente nueva, con intereses comunes a los míos; estoy segura que no cejaremos en el empeño de convencer al personal de las bondades de la ciencia. Al margen de ese gran proyecto, he seguido haciendo mis pinitos en colegios y universidades; todo sea por inspirar vocaciones científicas que, al fin y al cabo, es mi ambicioso sueño. El que nació gracias a mis maestros, los del cole, los del instituto y los de la universidad. Olé por ellos.

Por último y no menos importante, abuelo, la razón por la que amo este trabajo. Este año he tenido la oportunidad de profundizar en el conocimiento de las personas gracias al voluntariado. A la experiencia portuguesa que te he contado, he de sumar las visitas al economato con los estudiantes de Bachillerato. Ser testigo de como personas tan diferentes, como jubilados y escolares, dedican su tiempo a ayudar a otros, es de esas cosas que te devuelven la esperanza en el género humano. Las actividades en las que coinciden distintas edades, son una oportunidad única para el aprendizaje de valores, como el respeto al diferente, al desfavorecido, a los mayores. Aún recuerdo el día que acudí a los talleres donde los chavales dan clase a octogenarios que no pudieron ir a la escuela; una de esas experiencias que traspasa corazones. Dicen abuelo, que esta a la que estoy educando, es la generación más empática de todas; después de lo que he visto y vivido, me atrevo a decirte que hay esperanza. 

Gracias por seguir inspirándome.

Te quiero,

Eva

domingo, 4 de diciembre de 2022

Oda a 1ºESO

Si hay un curso de la ESO realmente especial para los profesores, ese es 1º de ESO. Un curso tan apasionante como agotador, por el que, en mi opinión, todos los profesores de Secundaria deberíamos pasar, para valorar, aún más si cabe, el trabajo de nuestros compañeros de Primaria. Un curso de esos, que hacen callo. Recién estrenada la ESO, la mayoría de niños y niñas aún conservan esa curiosidad y ganas de aprender características de la infancia. Esa, que a los profesores, nos llena el corazón de ternura e incluso, hace que nos sintamos mal cuando toca llamar a filas a nuestro alumnado. Y es que esas personitas tan ansiosas y motivadas, son las mismas que nos absorben la energía, como si de pequeños dementores se tratara. Tanto es así, que el nivel de agotamiento tras cuatro clases seguidas en 1ºESO es equivalente a una maratoniana jornada de entrenamiento.

Cuando un profesor baja a 1º ESO desde cursos superiores, de lo primero que se da cuenta es de la necesidad de ralentizar el ritmo de las clases. Las indicaciones deben ser repetidas un mínimo de tres a cinco veces. El nivel de autonomía del alumnado es muy bajo, siendo el profesor responsable de indicar todos y cada uno de los pasos a seguir en la clase; sin pasar por alto si lo que va a escribir en la pizarra, se copia a continuación, en otra hoja, en otra carilla o a boli o a lápiz. A este nivel, a la mayoría del alumnado le asusta la permanencia del bolígrafo y es frecuente que entreguen pruebas anónimas escritas a lápiz. Y es que poner el nombre en exámenes y trabajos, fue, es y seguirá siendo el caballo de batalla de los profesores a lo largo de los tiempos. A esta edad, empieza a desarrollarse el pensamiento abstracto y aunque son muy hábiles memorizando, las tareas que requieren ciertos niveles de razonamiento, como las preguntas tipo test, les cuestan mucho trabajo. Esas mismas dificultades están presentes en lo que al control de impulsos se refiere, pues con doce años, la paciencia no es una virtud que la mayoría practique. Así, nada más entrar en el aula, el docente será testigo de como el alumnado repite su nombre en innumerables ocasiones, se levanta del sitio sin  permiso o le da con el dedo en el brazo reclamando atención para pedir ir al baño, a la taquilla, a la papelera o donde se precie.

A pesar del esfuerzo que supone mantener el orden en una clase con estas características y de la prueba de fuego a la paciencia del docente, trabajar con 1ºESO resulta tan enriquecedor como emocionante. Si por algo destaca el alumnado de este curso es por su alta motivación por el aprendizaje y sus inmensas ganas de participar en la clase. No importa el tema, siempre habrá algún alumno o alumna con la mano levantada para compartir una anécdota más o menos relacionada. Y es que en 1ºESO, la vergüenza adolescente aún no ha hecho su aparición y el alumnado se ofrece voluntario para leer, corregir o compartir en voz alta sus opiniones. Con frecuencia, es necesario reconducir la clase, ya que sus intereses derivan a menudo en cuestiones fuera de temario. Dotados de una inmensa creatividad, abundan en este curso las preguntas originales, que dejan al docente fuera de juego en cuestión de segundos. Otra de las ventajas del curso es que resulta ideal para llevar a cabo proyectos diversos, ya que a estas edades trabajar competencias es tan importante o más que los contenidos. En 1ºESO, no existe la presión de cursos superiores por abordar todo el temario y las experiencias motivadoras de aprendizaje tienen mayor cabida en las programaciones. Experiencias que no sólo apasionan al alumnado, sino que también agradecen explícitamente. 

Por los motivos mencionados, 1ºESO supone un reto para cualquier profesor habituado a dar clases en cursos superiores. A este nivel, la clase magistral desaparece para dar paso a intercambios dialécticos en torno al temario entre un adulto y treinta niños y niñas ávidos de aprender, de los que el docente deberá asegurarse que tomen nota en el cuaderno. Eso, que los mayores hacen de forma automática, debemos enseñárselo a los más pequeños. Ahora bien, la paciencia, el tiempo y la dedicación de cualquier maestro, no es retribuida sólo a través del salario, sino que viene devuelta con creces mediante la admiración, el cariño y los abrazos de todos esos niños y niñas y también, de muchas de sus familias.

Docente sustituto, maestro en mudanzas

Mucho se habla de la buena vida del docente, no tanto de lo convulso que es el inicio del curso para el profesorado sustituto. La gente suel...