FP BÁSICA: FALLO DEL SISTEMA

Al poco de enterarme que este año me tocaría dar clase en FP Básica, uno de mis primos, que lleva bastantes años como docente de Formación Profesional, me dijo: "al alumnado de FP Básica, lo único que le puedes dar es cariño". En su momento, la frase me pareció desoladora. Sin embargo, inicié el curso motivada por el reto de intentar enseñar algo útil a un grupo de chavales en los que confluyen necesidades educativas especiales, problemas conductuales y situaciones familiares complejas. En muchas ocasiones, agravado esto, por el consumo de sustancias. Nuestro alumnado son las víctimas del sistema.

Cuando empezó el curso, enseguida me di cuenta de que la motivación por el aprendizaje en estos chavales no es que sea escasa, es que es inexistente. Esto se manifiesta en el saludo diario, cuando a los "buenos días", contestan "serán para ti" y eso, los que contestan. El tiempo de atención es muy limitado, cinco minutos de discurso del docente bastan para que hayan desconectado. Entonces, se entretienen lanzando objetos y faltándose al respeto, algo que parecen haber asumido como deporte. El insulto es su lenguaje; los gritos, su tono habitual. El esfuerzo del docente, afanado en aplicar metodologías alternativas que puedan motivarlos (jugar, construir, experimentar), se ve recompensado con burlas o la más absoluta indiferencia. Y es así como, psicológicamente agotado, el docente coge la baja después de Navidades. En cuanto a ellos, la vida sigue igual: un día más calentando la silla, uno menos para que se acabe la obligatoriedad. Es algo que reconocen abiertamente además, "cuando cumpla los dieciséis, ya no me veis más". Y llegado el día, la terrible profecía se cumple: adiós escuela, hola delincuencia.

Personalmente, creo que nuestra labor como docentes es evitar que estos alumnos abandonen el sistema, contagiarles la ilusión por un oficio, por hacer algo de provecho con sus vidas. La teoría todos la conocemos, pero la práctica, el día a día en las aulas, es otra historia. Dar clase, la labor más grata para un docente, se convierte en una penitencia, un reto desalentador, sobrevivir hasta final de curso. Vale que el alumno estándar de FP Básica no sea receptivo, pero tampoco se trata de estigmatizarlo aún más, sino de buscar la forma en la que el sistema ayude al profesorado en la ardua tarea de educarlos.

Desde que hace unos meses, empecé a impartir docencia en esta etapa, he reparado que determinados aspectos de la organización escolar juegan en contra del profesorado. En primer lugar, no se entiende como estos chavales tienen en su horario dos horas seguidas de la misma materia. Es lógico en el taller, pero no en los módulos comunes que habitualmente aborrecen. Son horas completas además, no sesiones de 50 minutos como en la ESO. La primera la aguantan, pero la segunda es un esfuerzo titánico, una batalla perdida para el docente. Por otra parte, no se concibe como estos chavales, muchos de ellos con TDAH, no tienen al menos dos horas semanales de Educación Física; necesitan moverse, como cualquier adolescente, pero más si cabe. Igualmente, es sorprendente que en FP Básica no existan las adaptaciones curriculares, gracias a las cuales, muchos alumnos con dificultades salen adelante en Secundaria. Tampoco hay en los centros, profesorado de pedagogía terapéutica que trabaje con ellos, lo que nos pone en la esperpéntica situación de explicarle ecuaciones de primer grado a un alumno de quince años que suma con las manos. Todo esto añadido al gran problema de todo el sistema educativo: las ratios, que dadas las características de este alumnado, debieran ser aún más bajas.

No sea esta una canción desesperada, porque si de algo estoy segura es de que la educación puede cambiar el mundo; aún quedan muchos y muchas docentes en las aulas con ganas de intentarlo. Necesitamos, sin embargo, que nos doten de los recursos necesarios para que no nos pueda el desánimo. Si la pérdida de autoridad es un mal generalizado del sistema educativo, la vulnerabilidad del profesorado de FP Básica es máxima, sometido como está diariamente al desplante y con esa perpetua sensación de fracaso. En los tiempos que corren, más que nunca, ser docente es ser valiente.

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