Las dos caras de la moneda

Siempre que termina el año, siento la necesidad de reflexionar sobre lo que a mi carrera docente se refiere y las vueltas que ha dado en los últimos meses. Ahora, que por primera vez estoy ejerciendo como profesora en la enseñanza pública, tengo la sensación de que las piezas de mi puzzle particular comienzan a encajar. De la escuela concertada religiosa, donde pude conocer en profundidad el voluntariado a la escuela pública, concretamente al Departamento de Servicios Socioculturales y a la Comunidad, donde creo haber encontrado mi lugar. Yo, que estudié veterinaria y puse de segunda opción Trabajo Social, actualmente me considero muy afortunada de poder formar a personas, cuyo trabajo es el de ayudar a los demás. 

A comienzos de este año, terminaba una baja de maternidad en un colegio concertado, que como en los casos anteriores, abandoné entre lágrimas y profundamente agradecida. Tuve la suerte de conocer a compañeros y compañeras maravillosos y disfruté enormemente impartiendo por vez primera, exclusivamente mi materia. Los grupos que tuve me inspiraron enormemente para diseñar propuestas didácticas y siempre llevaré en el corazón aquel tiempo compartido. En los colegios concertados, descubrí la importancia de la educación integral de la persona y del compromiso con el entorno, al tiempo que puse a prueba mi vocación e "hice callo" como docente. Mi alumnado de entonces sufría los problemas inherentes a su edad, esos que sobrevienen cuando pretendes construir tu personalidad en un mundo pseudovirtual. Ahora me doy cuenta, sin embargo, de que la mayoría de mis alumnos y alumnas eran unos privilegiados ya que tenían una familia detrás que les daba amor y respaldo.

Desgraciadamente, esto no siempre es así en la escuela pública, accesible a todos sin importar el nivel socio-económico del personal. El perfil del alumnado es muy diverso y en ocasiones, a los conflictos derivados de la adolescencia, se suma la falta de una red de apoyo familiar. Y es que la escuela es solo la cara de la moneda; la cruz es el hogar, y en muchos casos, este no es el ideal. En sólo tres meses en la escuela pública, he vivido situaciones a las que nunca había tenido que enfrentarme en los cinco años anteriores en la concertada. Alumnos que no controlan su agresividad llegando a ejercer violencia física contra sus iguales, alumnos adictos al consumo de sustancias; alumnas envueltas en relaciones tóxicas y otras, víctimas de violencia en el ámbito familiar. La escuela pública es para muchos, una vía de escape y la formación, su tabla de salvación para conseguir un trabajo, la independencia, una vida mejor. La labor docente alcanza aquí una nueva dimensión; más allá de lo académico, las profesoras y profesores proporcionamos a nuestro alumnado la confianza y el cariño que en ocasiones les falta y reclaman mediante determinadas conductas, muchas veces contrarias a la convivencia.

No pretendo con esta reflexión minimizar los desafíos de la adolescencia, pues tanto los alumnos de escuelas concertadas como públicas han de lidiar con los problemas derivados del uso de las pantallas, que tanto repercuten en su salud mental. No pretendo tampoco dibujar una línea roja entre el alumnado de unos y otros centros, pues toda generalización es un error. Hay familias desestructuradas en la concertada y familias estructuradas en la pública. Yo misma estudié en la escuela pública y siempre tuve una familia amorosa y presente y otros, fueron a la escuela concertada y sufrieron con la separación de sus padres, por ejemplo. Lo que está claro, en cualquiera de los casos, es que los docentes tenemos la responsabilidad de ser esa segunda o para algunos, primera familia. Seamos guías, referentes, la mano amiga de todos aquellos alumnos que nos necesiten. 

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