Querido abuelo V

Querido abuelo,

Siempre que el año termina, no puedo evitar echar la vista atrás y hacer balance. Hace ya seis años que no estás y mi vida, como ya te he contado en otras ocasiones, ha cambiado mucho. De la universidad a un colegio y luego a otro y después, a otro más, esta vez en distinta ciudad. Tú ya sabes abuelo que soy una persona que se adapta fácilmente a los cambios, a la que le gusta reinventarse, pero no te voy a negar que últimamente, cuando miro a mi entorno, añoro cierta estabilidad. Conocer formas distintas de trabajar me ha hecho crecer como docente, pero despedirme de alumnos y compañeros a los que aprecio, es algo que por más veces que haga, me sigue costando. Y es que es difícil no encariñarse con las personas, sobre todo si son tan maravillosas como con las que he tenido la suerte de cruzarme. 

Pero vayamos al lío, abuelo, que ya sabes que yo soy mucho de enrollarme. Lo cierto es que este año, en lo que se refiere al ámbito profesional, no puedo quejarme. Como profesora, conseguí un contrato a tiempo completo, impartiendo únicamente mi asignatura; ese es un lujo que no siempre tenemos los docentes. Y como lo he disfrutado, abuelo. Lejos de los conflictos de la edad del pavo, he podido desarrollar la materia como siempre había soñado, haciendo proyectos, compartiendo inquietudes e intentando contagiar a los chavales mi entusiasmo. Aunque asumo gustosa el reto de la ESO, he podido experimentar lo increíble que es enseñar en Bachillerato, a alumnos hipermotivados, a los que les interesa de verdad la asignatura, con los que se puede practicar la exigencia y la cercanía a partes iguales. Tener la oportunidad de enseñar a los mayores ha sido, sin duda, la gran experiencia de este año.

En lo que concierne a mi vocación divulgadora, he conseguido sacar un gran proyecto adelante en la mejor de las compañías: un concurso de monólogos científicos. Ya sabes, abuelo, que en la divulgación, encontré la forma de aunar mis dos grandes pasiones: la ciencia y la comunicación. Fueron meses de arduo trabajo pero la experiencia mereció la pena; plantamos la semilla de algo importante, abuelo, pues como en todo, lo difícil son los comienzos. Gracias a ello, he conocido gente nueva, con intereses comunes a los míos; estoy segura que no cejaremos en el empeño de convencer al personal de las bondades de la ciencia. Al margen de ese gran proyecto, he seguido haciendo mis pinitos en colegios y universidades; todo sea por inspirar vocaciones científicas que, al fin y al cabo, es mi ambicioso sueño. El que nació gracias a mis maestros, los del cole, los del instituto y los de la universidad. Olé por ellos.

Por último y no menos importante, abuelo, la razón por la que amo este trabajo. Este año he tenido la oportunidad de profundizar en el conocimiento de las personas gracias al voluntariado. A la experiencia portuguesa que te he contado, he de sumar las visitas al economato con los estudiantes de Bachillerato. Ser testigo de como personas tan diferentes, como jubilados y escolares, dedican su tiempo a ayudar a otros, es de esas cosas que te devuelven la esperanza en el género humano. Las actividades en las que coinciden distintas edades, son una oportunidad única para el aprendizaje de valores, como el respeto al diferente, al desfavorecido, a los mayores. Aún recuerdo el día que acudí a los talleres donde los chavales dan clase a octogenarios que no pudieron ir a la escuela; una de esas experiencias que traspasa corazones. Dicen abuelo, que esta a la que estoy educando, es la generación más empática de todas; después de lo que he visto y vivido, me atrevo a decirte que hay esperanza. 

Gracias por seguir inspirándome.

Te quiero,

Eva

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