La transmutación de la amistad

Aún recuerdo como si fuese ayer, aquellos días de instituto en los que nos firmábamos las carpetas unas a otras, declarándonos inseparables. Con diecisiete años, creíamos que siempre estaríamos juntas, que la distancia no podría con la amistad que alimentábamos a diario. En aquella época, nos separábamos únicamente unos días en vacaciones y a pesar de no tener móviles, siempre estábamos en contacto. Vivíamos felices, sin otras preocupaciones que los estudios y nuestras propias relaciones. Convertíamos nuestros desencuentros en auténticos dramas y al reconciliarnos, nos volvíamos a jurar fidelidad eterna.

Llegó el momento de irnos a la universidad, cambiar de ciudad y de repente, nuestros caminos se separaron. Intentamos mantener lo que teníamos, mas no fuimos capaces. Quizás alguna se esforzó más; quizás todas dejamos que se enfriase. En su momento, nos costó entender que no había inocentes ni culpables, que la vida es así y que la primera lección de la amistad y quizás la más importante, es que en muchas ocasiones, es circunstancial y dura un tiempo determinado. A estas amistades, de las que quizás solo tenemos noticias por redes sociales, las recordamos con la nostalgia y el cariño propios de la infancia. 

Tras quince años de escuela, en los que nuestra personalidad se diluía en la del grupo del que formábamos parte, teníamos la oportunidad de mostrarnos como personas nuevas: libres de roles, prejuicios o traumas. A algunas, nos llevó tiempo desvincularnos de esa idea romántica que teníamos de la amistad; de hecho, nuestras primeras relaciones en la universidad perpetuaban patrones del pasado. Con los años y las experiencias vividas, aprendimos a establecer amistades maduras: esas que nacen de intereses comunes, desde la independencia emocional y sin mayores expectativas. Quizás sean estas amistades, que nos acompañaron en el tránsito a la edad adulta, con las que sigamos compartiendo nuestra vida futura.

Finalmente, llega el momento de incorporarse al mundo laboral y asumir responsabilidades ajenas a nuestra antigua vida de estudiante. En esta etapa, tomamos consciencia de la falta de tiempo para cultivar la amistad, más allá de la familia y el trabajo. Si de adolescentes nos veíamos a diario, ahora lo hacemos una vez al año. Sin embargo, la calidad del tiempo que pasamos juntas prima sobre la cantidad. La amistad adquiere una nueva dimensión; se fundamenta en el deseo sincero de que la otra persona sea feliz, aún estando lejos o hablando muy de vez en cuando. Ya no se trata tanto de compartir, como de sentir que la otra persona está a nuestro lado en los momentos importantes. Esa, es la AMISTAD con mayúsculas, la amistad evolucionada. 

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