Querido abuelo III

Querido abuelo,

Perdona que haya tardado tanto en escribirte, estos meses han sido de locos. Tenías razón cuando me decías que a cada año que pasa, el tiempo transcurre más rápido. Quien me iba a decir en septiembre, que este curso me tocaría cambiar de ciudad y por primera vez, experimentar que se siente al vivir sola. Y es que este curso, he conocido un poco más la vida del profesor sustituto. Vaya por delante, abuelo, que he sido afortunada al poder terminar el curso, un lujo con respecto a todas las compañeras a las que les toca cambiar de residencia varias veces al año. Ahora que se acerca el final del curso y echo la vista atrás, siento la necesidad de compartirlo contigo.

Todo empezó a mediados de septiembre, cuando recibí una llamada de otra ciudad. Si algo bueno trajo la pandemia del COVID, abuelo, fueron las oportunidades laborales para profesores noveles. Integrarse en un colegio nuevo no es fácil y más con el curso empezado, pero gracias al apoyo incondicional de mis compañeros, pude hacerlo. Lo más estresante fue encontrar un lugar para vivir; en una ciudad grande, fue un poco más complicado. Gracias a la ayuda de otros profesores por redes sociales, me instalé en la que sería mi casa los próximos nueve meses. Resuelto el tema de la vivienda, pude centrarme ya en mi alumnado. Conocerlos con mascarilla fue extraño al principio, pero enseguida me acostumbré a verles la mitad de la cara. Te confieso abuelo, que en ciertos momentos, la mascarilla me ayudó a mantener el orden en el aula, pues sigo trabajando mi "cara de perro".

En unas cuantas semanas, me aprendí el nombre de todos mis alumnos. Ya sabes abuelo, que creo firmemente en el poder pedagógico de llamar a alguien por su nombre. Después de que me tomasen el pulso en el primer trimestre como viene siendo costumbre, empecé a conocer en profundidad a mis grupos de clase. Pasadas las vacaciones de Navidad, pude realizar con ellos otro tipo de actividades, más allá del currículum, que me permitieron descubrir sus puntos fuertes. Que importante es abuelo, realizar proyectos en el aula, contextualizar los contenidos para que cobren sentido en sus mentes. Es fascinante lo que se puede aprender de ellos. Los días complicados se olvidan en el momento en el que reparas en la mirada curiosa de un alumno motivado, en esa mano levantada queriendo saber más. Siempre lo digo abuelo, y es que los profesores, tenemos el mejor de los trabajos. 

Tras las vacaciones de Semana Santa, hubo un punto de inflexión en el curso escolar. Después de meses, nos pudimos quitar la mascarilla, lo que supuso de alguna manera, una vuelta a empezar. Fue curioso comprobar que los chavales eran si cabe más niños de lo que se podría imaginar. A algunos les costó un tiempo abandonarla y rebelar su identidad. Los profesores, en cambio, nos sentimos aliviados al recuperar nuestra voz y utilizar nuestra sonrisa. Siempre lo supe, abuelo, esas dos herramientas son capaces de transformarlo todo. Nos permiten conectar con nuestro alumnado y confraternizar con nuestros compañeros, para crear entre todos una gran familia y hacer del colegio un lugar al que todos nos guste ir. Educar nunca fue tan difícil como ahora, abuelo; los profesores hemos perdido autoridad, sufrimos el hostigamiento de algunas familias, al tiempo que recibimos el agradecimiento de otras. Nuestra vocación se somete a examen cada curso escolar: la mía este año, aprueba con nota.

Gracias por enseñarme a perseverar.

Te quiero,

Eva

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