Oh, capitana, mi capitana!

Era un día de verano, recién terminada la carrera, cuando ella, me hizo una propuesta. Por aquel entonces, yo estaba confundida, con veintidós años, aún no tenía claro que quería hacer con mi vida. Me gustaba estudiar pero me asustaba comprometerme para al menos, los siguientes cinco años de mi vida. Así que fui sincera y le dije "con todos los pájaros que tengo en la cabeza, no sé si seré capaz". Ella me contestó, "esos pájaros no tienes por qué perderlos, son los que te hacen especial". Y aunque dedicarme a la investigación no es algo que me hubiese planteado con anterioridad, me di cuenta de que hacer el doctorado con ella era una oportunidad que no podía dejar escapar. 

Así comenzó una gran aventura, en la que no pocas fueron las veces que creí naufragar. Siempre que me invadía el cansancio, ella estuvo a mi lado, ayudándome a remar. Ahora pienso que sería de esa joven grumete sin una capitana que la guiase en tan largo viaje. Durante los primeros años, gracias a ella aprendí la lección más importante de todas: aprendí a fracasar. Fueron muchas las jornadas de trabajo sin resultados, en las que ella, tenaz como la que más, me enseñó a ser resiliente y a ver los errores como oportunidades de mejorar. Con el paso del tiempo, se convirtió para mí en un referente, no sólo a nivel académico, sino sobre todo personal. Pasión por el trabajo, empatía y humildad.

Ella fue una de las primeras en darse cuenta de que lo que más feliz me hacía en la vida era enseñar. Supongo que por eso, me abrió las puertas del aula magna y me confió su clase magistral. Cuando ya no pudo enseñarme más, movió cielo y tierra para mandarme al extranjero, pues no sólo quiso ofrecerme una formación completa, sino también regalarme una gran experiencia vital. Gracias a las herramientas que ella me dio, reuní el valor para navegar sola en otros mares, para afrontar nuevos retos y vencer tempestades. Siempre pendiente de mi pero en segundo plano, consiguió que ganase confianza en mí misma y que decidiese libremente a qué quería dedicar mi vida.

Después de seis años de travesía, juntas llegamos a puerto. Una tesis se leyó y la grumete con honores, se graduó. Su capitana estuvo allí en todo momento, elogiando sus virtudes y premiando su esfuerzo. El afecto era mutuo y el logro compartido, pues la grumete sabía que bajo la tutela de cualquier otra persona, jamás habría llegado a puerto. Y en los agradecimientos del manuscrito, así lo hizo constar. Pero la historia no terminó ahí, pues la magnanimidad de la capitana era tal, que la instó a soltar al fin sus pájaros, ser fiel a su corazón y buscar a nuevos grumetes a los que guiar.

Comentarios

  1. me ha gustado eso de aprender a fracasar, aunque discrepo, si algo que te sale mal no te bloquea sino que aprendes de ello, no es un fracaso sino un paso más hacia el éxito. Suerte en el concurso.

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  2. Completamente de acuerdo, los "fracasos" son lecciones aprendidas. Muchas gracias por leer y comentar!

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