lunes, 25 de enero de 2021

El alquimista de sueños

Solo mencionar su nombre, se hacía el silencio en el aula. Cuando atravesaba los pasillos del instituto con su bata blanca, todo el mundo se callaba. Era mucha la autoridad que aquel hombre ostentaba. Su físico, imponente, su semblante permanentemente serio y su mirada, su mirada te atravesaba. Conocido en toda la ciudad, nadie como él preparaba la Química para Selectividad. Al principio, los alumnos nos sentíamos intimidados por su voz profunda, sus grandes gafas y sus casi dos metros de altura. Con el tiempo, el temor se convirtió en admiración hacia aquel hombre que no sólo nos preparaba para un examen, sino también para la universidad, para la vida.

El profesor de Química fue de las primeras personas del instituto en tratarnos como adultos. Se dirigía a nosotros de usted, nos hacía tomar apuntes en folios y colgaba las notas de los exámenes en el tablón de clase. Si queríamos saber nuestros errores forzosamente teníamos que acudir a su despacho, donde no solo te explicaba en qué habías fallado, sino que también te hacía reflexionar sobre la importancia de competir contigo mismo. En el aula, sus lecciones eran magistrales, boquiabiertos nos quedábamos oyéndolo hablar de estequiometría, de termodinámica, de entropía. En el laboratorio, nos descubrió el maravilloso mundo de las reacciones químicas, con pequeñas explosiones y cambio de colores.

Nunca olvidaré cuando nos encargó construir una red cristalina con palillos y plastilina. Cuando le hacíamos entrega de nuestra pequeña obra de arte, él se la llevaba al laboratorio sin decir nada. Un buen día, apareció con una inmensa estructura de redes cristalinas. Me lo imaginé montando la figura, haciendo encaje de bolillos con sus inmensas manos. Aquel día, yo estaba en primera fila. Cual fue mi sorpresa, cuando sacó un martillo de debajo de la mesa y golpeó la estructura con mano certera, saliendo los palillos y la plastilina disparados. Atónitos estábamos cuando él pronunció solemnemente la frase "acabamos de demostrar la fragilidad de los cristales". Quince años después, sigo recordando la fragilidad del enlace y el tremendo susto que me llevé al descubrirlo. 

Como alumna, nunca se me dio por pensar en él como padre de familia, hasta el día que lo vi por la calle, paseando con su hijo. Es curioso lo que nos cuesta pensar en que los profesores tengan una vida fuera del colegio, como si no fuesen personas de carne y hueso. Vestido de calle, en compañía de su familia, ya no me daba miedo, era un ser humano normal y corriente, con problemas como todos. Desde aquel día, no lo volví a ver con los mismos ojos. Es cierto que era un profesor muy exigente, pero nos exigía porque amaba su profesión y quería lo mejor para nosotros. Su único deseo era que todos sus alumnos consiguiésemos la nota que daba acceso a nuestros sueños. Pasados unos años, volvimos al instituto a agradecerle lo que había hecho por nosotros. Larga vida a los maestros.

sábado, 16 de enero de 2021

Oh, capitana, mi capitana!

Era un día de verano, recién terminada la carrera, cuando ella, me hizo una propuesta. Por aquel entonces, yo estaba confundida, con veintidós años, aún no tenía claro que quería hacer con mi vida. Me gustaba estudiar pero me asustaba comprometerme para al menos, los siguientes cinco años de mi vida. Así que fui sincera y le dije "con todos los pájaros que tengo en la cabeza, no sé si seré capaz". Ella me contestó, "esos pájaros no tienes por qué perderlos, son los que te hacen especial". Y aunque dedicarme a la investigación no es algo que me hubiese planteado con anterioridad, me di cuenta de que hacer el doctorado con ella era una oportunidad que no podía dejar escapar. 

Así comenzó una gran aventura, en la que no pocas fueron las veces que creí naufragar. Siempre que me invadía el cansancio, ella estuvo a mi lado, ayudándome a remar. Ahora pienso que sería de esa joven grumete sin una capitana que la guiase en tan largo viaje. Durante los primeros años, gracias a ella aprendí la lección más importante de todas: aprendí a fracasar. Fueron muchas las jornadas de trabajo sin resultados, en las que ella, tenaz como la que más, me enseñó a ser resiliente y a ver los errores como oportunidades de mejorar. Con el paso del tiempo, se convirtió para mí en un referente, no sólo a nivel académico, sino sobre todo personal. Pasión por el trabajo, empatía y humildad.

Ella fue una de las primeras en darse cuenta de que lo que más feliz me hacía en la vida era enseñar. Supongo que por eso, me abrió las puertas del aula magna y me confió su clase magistral. Cuando ya no pudo enseñarme más, movió cielo y tierra para mandarme al extranjero, pues no sólo quiso ofrecerme una formación completa, sino también regalarme una gran experiencia vital. Gracias a las herramientas que ella me dio, reuní el valor para navegar sola en otros mares, para afrontar nuevos retos y vencer tempestades. Siempre pendiente de mi pero en segundo plano, consiguió que ganase confianza en mí misma y que decidiese libremente a qué quería dedicar mi vida.

Después de seis años de travesía, juntas llegamos a puerto. Una tesis se leyó y la grumete con honores, se graduó. Su capitana estuvo allí en todo momento, elogiando sus virtudes y premiando su esfuerzo. El afecto era mutuo y el logro compartido, pues la grumete sabía que bajo la tutela de cualquier otra persona, jamás habría llegado a puerto. Y en los agradecimientos del manuscrito, así lo hizo constar. Pero la historia no terminó ahí, pues la magnanimidad de la capitana era tal, que la instó a soltar al fin sus pájaros, ser fiel a su corazón y buscar a nuevos grumetes a los que guiar.

martes, 5 de enero de 2021

Un paseo por la ESO

Sin lugar a la dudas, la etapa que va de los doce a los dieciséis años es una de las más importantes en la vida de las personas. Dicen los expertos que en este período es cuando el cerebro cambia más, miles de conexiones neuronales se destruyen y otras tantas se forman. El sistema nervioso está en plena ebullición. Esto se traduce en una extraordinaria capacidad para aprender y asimilar nuevos conceptos, así como una gran facilidad para distraerse y olvidar lo importante. Todo ello, entre cambios de humor e intentos de forjar una personalidad. Ninguna otra época de la vida es tan trepidante como convulsa.

En 1 de ESO, los alumnos aún mantienen la inocencia de la Primaria. A esta edad, aún hablan de sus padres y de que se van a pedir un telescopio en Navidades. El profesor es una figura que despierta admiración. Como docentes, resulta fácil sorprenderlos y están altamente motivados para aprender. A priori, les asustan las actividades libres, pues están acostumbrados a trabajar de forma muy pautada. Son muy participativos y por lo general, trabajadores. Sus principales problemas radican en la comprensión lectora, siendo este un aspecto muy importante a trabajar  en el aula. El principal caballo de batalla es que aprendan a llevar su agenda y que hagan los exámenes a boli y no a lápiz. 

En 2 y 3 de ESO, los alumnos sufren una especie de "enajenación mental transitoria" o en lenguaje común, edad del pavo. A esta edad, su prioridad son los salseos, los amigos y las redes sociales. Salvo excepciones, el profesor es una figura que despierta animadversión. En estos cursos, es frecuente que diseñemos actividades a nuestro parecer interesantes, que obtienen la más absoluta indiferencia en el aula. La participación es muy inferior que en el curso precedente, influenciada ya por ese agudo sentido del ridículo que desarrollan los adolescentes. Lo más difícil a este nivel es motivarlos y que se pongan a a trabajar cuando la charla y el bullicio son mucho más interesantes. Ahora bien, si se ponen, sus resultados son fascinantes.

En 4 de ESO, los alumnos empiezan a mostrar signos de madurez, siendo posible establecer con ellos una relación similar al Bachillerato. A esta edad, los chavales ya empiezan a pensar qué quieren hacer en un futuro y suelen estar más centrados en los estudios, pendientes de conseguir el ansiado título. El profesor puede incluso erigirse en referente profesional. En este curso, es posible llevar a cabo otro tipo de actividades, como los debates, ya que los alumnos ya no tienen miedo de expresarse delante de sus compañeros. Como sucedía en el primer curso, la participación es alta e incluso surgen cuestiones fuera del temario. Con dieciséis años, los ánimos están más calmados y es posible el diálogo. 

La ESO es una montaña rusa de experiencias y emociones, donde tiene lugar el tránsito a la vida adulta, donde surgen las pasiones y los primeros amores. Cuando un día es el más alegre y el otro, el más triste. Es en este período cando empiezan a asomar las vocaciones y cuando los docentes nos enfrentamos a los desafíos más duros de nuestra profesión, pero también los más estimulantes. Esos que no se borran, que permanecen en la memoria a pesar de los años.

Querido abuelo VII

Querido abuelo, Un nuevo año termina y como tengo por costumbre, me gustaría compartir contigo como evoluciona mi sueño de ser docente. Casu...