miércoles, 22 de abril de 2020

Diario de un profesor teletrabajador

Son las 8.30- 09.00 a.m. Me levanto pensando en las tareas de hoy. Algunos días, incluso sueño con ellas; o no duermo dándole vueltas a qué les pediré. Desayuno viendo el informativo y enciendo el ordenador. Aluvión de correos recibidos después de las 9 p.m., hora en la que tengo por costumbre, apagar el ordenador. Envío las tareas programadas por partida doble: por la plataforma para los alumnos y comunicado a las familias. En algunos casos, las mando también a emails personales, después de pasar un rato buceando en la bandeja de entrada en la búsqueda de la dirección.

Reviso la entrega de tareas en la plataforma. Intento hacer comentarios personalizados a cada alumno. Parezco una penitente al repetir setenta veces lo mismo. Felicito a los que trabajan. Estiro el cuello para ver las fotos giradas. Registro quien ha entregado y quien no en la hoja de seguimiento. Abro de nuevo la plataforma para informar a padres. Soy como el fisco. Recibo justificaciones varias de los retrasos en la entregas. Hay quien no se maneja con las herramientas informáticas, quien no tiene buen acceso a Internet, quien no se ha organizado bien o quien se ha tomado vacaciones. Dan las 13.00-13.30 p.m. y dejo el ordenador para preparar la comida. La pantalla queda en suspensión, pero el móvil, en el que también he instalado la aplicación, sigue vibrando.

Veo un capítulo de una serie para hacer la digestión y vuelvo al ordenador. Son las 15.30-16.00 pm. En el intervalo de dos horas, ya me han entrado unos quince o veinte correos más. Gracias a dios, muchos son notificaciones de entrega de tareas. No preguntan nada pero hay que confirmar recepción. Con el correo siempre abierto, redacto las próximas tareas y fijo videoconferencias. Aviso a los alumnos de que miren su buzón, al que les llegará la invitación. En la pestaña del email, aparece un uno entre paréntesis (1). Pasa la tarde y hago pequeñas paradas para estirarme, leer un rato, hablar con mi madre. Suena una bocina en la calle, son las 8 p.m. y es hora del aplauso.

Son las 08.05 pm y toca hacer un último chequeo de tareas antes de cenar. Muchos las envían a estas horas. Me pregunto si el trabajo que mando es el adecuado. Algunos las envían al poco de subirlas, otros cinco minutos antes de concluir el plazo. Imposible calibrarlo. Me doy cuenta de que a muchos alumnos  les cuesta organizarse. Dudo si es bueno o malo marcarles plazos. Sin fechas de entrega se dispersan y con ellas, se estresan; es un hecho probado. Me pican los ojos y a eso de las 09.00 p.m., después de doce horas encendido, apago el ordenador. Ceno, veo un poco la tele y me voy temprano a cama, que mañana toca videollamada.

sábado, 18 de abril de 2020

Alumnos coronados

En las últimas semanas, las dificultades de aprendizaje de muchos alumnos se han visto acrecentadas por la telenseñanza. La falta de acceso a medios infórmaticos o el desconocimiento de como utilizarlos han sido los principales obstáculos a los que el alumnado ha debido enfrentarse para seguir en contacto con profesores y escuela. A pesar de lo antinatural que pueda resultar el confinamiento en la infancia-adolescencia, hay un pequeño-gran grupo de alumnos para los que la reclusión está siendo positiva en términos de aprendizaje. Supongo que como salir no se puede, lo que queda es cultivarse.

En primer lugar, están los alumnos diagnosticados de déficit de atención e hiperactividad, a los que les cuesta mucho concentrarse en el aula. Rodeados como están de los compañeros, cualquier cosa les resulta más interesante que lo que sucede en la pizarra. Se distraen ellos y distraen a los demás. Trabajar en casa, de manera individual, bajo la supervisión de un familiar se traduce en una mejora sustancial del rendimiento académico, ya que estos niños están siendo atendidos en sus hogares como lo haría un profesor de pedagogía terapéutica en el aula.

En segundo lugar, están los alumnos que tienen por costumbre ser los más graciosos de la clase. En ausencia de sus congéneres, el gasto de recursos cerebrales se limita a la realización de las tareas escolares. No tienen profesores a los que desafiar ni público que se ría de sus chistes, así que el tiempo que invierten en hacerse notar en el aula, lo emplean ahora en trabajar vía telemática.

En tercer lugar, están los alumnos que, al no tener claras sus prioridades, se dejan llevar por las malas influencias. En esta categoría, se incluyen aquellos alumnos que suelen rondar al malote de turno, en muchos casos, algún repetidor. En el entorno del aula, estos alumnos se compinchan con el jefe de la banda para boicotear al profesor y una vez más, intentar hacer la gracia. En el entorno doméstico, lejos del alumno instigador, trabajan de manera más que satisfactoria. 

Finalmente, están los alumnos que se esfuerzan en atender en clase pero no consiguen seguir al profesor debido a las interferencias que los grupos anteriores generan en el aula. Así, en una clase virtual, donde cada uno está en su casa, el canal de comunicación está lo suficientemente limpio como para que la comprensión sea más fácil. En estas circunstancias atípicas, incertidumbre aparte, nuestros alumnos se están "coronando", demostrando capacidad de adaptación, esfuerzo y una paciencia de la que creíamos que carecían. Esa es la lección más importante del año.

sábado, 4 de abril de 2020

21 días después

Aquel jueves 12 de marzo, empecé mi jornada laboral con total normalidad. Ya hacía días que se habían implantado en el colegio las medidas higiénicas de prevención del coronavirus. Había papel y jaboneras en todos los baños de alumnos y los profesores teníamos gel hidroalcohólico a libre disposición. Incluso había niños que acudían a clases con su propio bote de alcohol y se desinfectaban las manos a cada rato, hasta tenerlas secas y agrietadas. Así, los miembros de la comunidad educativa vivíamos en una especie de calma tensa, hasta que a la una del mediodía de ese jueves, compareció en los medios el presidente de la Xunta y todo cambió.

La noticia de la suspensión de las clases me la dio una compañera en la sala de profesores. No nos habían proporcionado ninguna información previa, así que como el resto, nos enteramos por la prensa. Cinco minutos después, tenía clase con un grupo de alumnos un tanto problemático; la noticia me pilló tan de sorpresa que lo único que pensaba era, "ojalá aún no se hayan enterado". Pero los alumnos aprovechan los cambios de clase para mirar el móvil y cuando subí al primer piso, el bullicio era generalizado. Se escuchaban gritos en los pasillos, aquello parecía un auténtico motín carcelario. Y yo, debido a mi corta experiencia docente, no me veía preparada para afrontar la situación.

En cuanto atravesé la puerta del aula, los alumnos me bombardearon con un sinfín de preguntas. Y digo bombardear, porque literalmente aquello parecía la guerra. Los chavales estaban ansiosos de una información que por aquel entonces, no podía darles. No existían precedentes de nada similar, ni en su vida, ni en la mía. No había protocolo alguno que aplicar. Intenté mantener la calma en mitad de aquella angustia, escuchar a los alumnos y una vez manifestadas sus preocupaciones, retomar la clase. No sabía si hacía bien o mal. Por un lado, quería dejar que se desahogasen, por el otro, evitar que cundiese el pánico. Fue imposible, así que decidí ir a buscar al tutor del grupo para que me ayudase a tranquilizarlos. Después de eso, más o menos pude seguir con la explicación. Cuando me fui del colegio, el portero estaba desbordado, porque el teléfono no dejaba de sonar.

El día después, que por cierto era viernes 13, empezamos a vivir una auténtica película de ciencia ficción. El colegio estaba practicamente vacío, la mayoría de familias, no había enviado a los niños a clase. Los profesores, entre guardia y guardia, nos reunimos para discutir el protocolo de actuación. Afloraron en el claustro numerosas preocupaciones ante la alternativa del teletrabajo, que básicamente se resumían en dos: niños sin ordenador y profesores sin competencia digital. Sin tener muy claro lo que íbamos a hacer, dejando cada materia a criterio del profesor, nos fuimos de fin de semana. Hicimos en domingo una videoconferencia de urgencia y al día siguiente, la locura de la telenseñanza empezó.
Creo que nunca había tenido la vista tan cansada como durante estas tres semanas, en las que he pasado practicamente doce horas al día conectada al ordenador. Intentar dar atención personalizada a casi ciento cincuenta alumnos y familias es una ardua labor telemática. Crear contenidos, enviar comunicados, responder correos y atender vídeollamadas; esa ha sido mi rutina diaria. He tenido frecuentes dolores de cabeza, contracturas cervicales y los ojos irritados. Sin embargo, no todo es malo, pues en estos días aciagos, he recibido numerosos mensajes de reconocimiento de mi trabajo, palabras de aliento de muchos padres y madres y el cariño y agradecimiento de mis alumnos, a los que espero volver a ver en las aulas más pronto que tarde.

Querido abuelo VII

Querido abuelo, Un nuevo año termina y como tengo por costumbre, me gustaría compartir contigo como evoluciona mi sueño de ser docente. Casu...