Docencia igual a supervivencia

El inicio de curso siempre es un momento estresante, cuanto más con la que está cayendo. Protocolos cambiantes, horarios provisionales, aulas espejo, alumnos ansiosos y profesores estresados. Si a ello sumamos las mascarillas, un batiburrillo de gente que no se entiende. Profesores que se quedan sin voz y alumnos que no escuchan. Qué difícil estudiar en estos tiempos en los que por no poder intercambiar material, dependemos de la informática, y cuando esta nos falla, nos quedamos en cueros. Veamos pues cual sería la situación en el aula COVID.

Supongamos que en una clase hay treinta alumnos apretados con mamparas de por medio. Los de las filas de atrás no ven la pizarra con tanto reflejo y el caos se desata cuando los pobres quieren seguir la clase. Soluciones posibles: a) usar pizarra digital y compartirles pantalla para que vean lo que escribes en sus ordenadores, b) colgarles en la plataforma una fotografía del mapa mental que has elaborado para que lo copien en sus cuadernos. Paso previo, encomendarse a todos los santos para que la red aguante.

Supongamos que en otra clase de treinta alumnos, cinco de ellos se turnan diariamente para ir al aula-espejo, esto es, un aula vecina en la que por videoconferencia pueden seguir la clase. El profesor debe activar la parafernalia correspondiente, asegurarse de que la cámara enfoca el encerado y compartir pantalla. La ansiedad va en aumento cuando la red se cae, la emisión se detiene y perdemos a los del otro lado. En el aula-espejo, la desesperación crece al no escuchar las explicaciones, bien porque la red se cae, el ordenador se queda sin batería o el micrófono no es capaz de recoger la voz del profesor embozado. 

Los momentos de alivio son aquellos en los que bebes agua. El esfuerzo vocal es tal que la garganta se seca en un instante. El problema surge cuando después de tanto "drinking", te dan ganas de ir al baño y no tienes tiempo, ya que los alumnos han de estar permanentemente custodiados, también en el patio. Bajas al recreo con el grupo con el que estabas, los vigilas diez minutos y cuando llega el compañero a darte el relevo, vas a buscar al siguiente grupo de clase. Engulles una manzana y aprovechas esos deliciosos minutos para tomar algo de aire, ya que la cabeza empieza a dolerte por efecto del dióxido de carbono exhalado. Y al terminar la jornada, vuelves a casa extenuado. La batalla ha comenzado.

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