lunes, 28 de octubre de 2019

Enseñar a quien no quiere aprender

Uno de los principales hándicaps de enseñar en Secundaria es que en no pocas ocasiones, el alumnado no tiene el mínimo interés en aprender. La juventud está completamente desmotivada y es difícil descubrir sus centros de interés. No es que no les guste una materia, es que no les gusta ninguna. Muchos se dedican de forma exclusiva a ver la vida pasar, agotando al sistema hasta que cumplen la edad necesaria para irse a la FP básica. Pasan los años, no aprueban ninguna pero pasan de curso por imperativo legal. Y así se perpetua el fracaso escolar.

En mi corta carrera docente, he dado clases en la Universidad y también particulares a domicilio. La diferencia con la enseñanza en Secundaria es abismal. En el primer caso, el alumnado supera los dieciocho años y ha escogido una carrera de forma vocacional. En el segundo, el docente tiene un único alumno, que por la cuenta que le trae (y el bolsillo de sus padres), sacará el máximo partido a las clases. Superada la adolescencia y al margen de las distracciones del grupo, la enseñanza es sin lugar a dudas, una tarea muy gratificante.

Enseñar en Secundaria, sin embargo, es un reto de mayor dimensión, se trata de transmitir conocimiento a un gran grupo de personas obligadas a permanecer entre esas cuatro paredes del aula. Es por eso que el alumnado usará estrategias varias para distraerse y perder el tiempo. No faltará quien pida cincuenta veces ir al baño, quien se ofrezca para hacer fotocopias aún cuando sea innecesario o quien pregunte de forma repetitiva lo último que se acaba de decir. El caso es obstaculizar la labor docente.

Por suerte, aún quedan alumnos en Secundaria con un ansia inagotable de aprender. No me refiero a aquellos a los que sólo preocupa sacar el diez, los resultadistas, como les llamo yo. Las dudas de estos se refieren únicamente a los exámenes, lo que les importa es ser el mejor. Me refiero a esos alumnos que se acercan al profesor cuando termina la clase y le plantean cuestiones de todo tipo, aunque no tengan que ver con la materia que se está explicando. Me refiero a esos alumnos que son capaces de razonar, más allá de la chapatoria. Esos alumnos que son conscientes de que los exámenes no son más que una herramienta de evaluación, esos alumnos que cuando toca el timbre te dicen "profesor/a, me gustan mucho tus clases".

sábado, 5 de octubre de 2019

Ciencia e hiperactividad

En los últimos años, se han incrementado el número de alumnos diagnosticados de hiperactividad en las aulas. Parece ser una epidemia moderna que afecta a todas las etapas educativas, desde infantil a secundaria. Si bien esta figura existió siempre, la del niño inquieto que interrumpe continuamente, ahora cobra protagonismo al existir protocolos específicos de actuación en las aulas. Y aunque es imperativo atender a la diversidad del alumnado, el debate está servido, pudiendo enmascararse la rebeldía, la desidia o los malos modales bajo el paraguas de la hiperactividad.

Para un profesor, dar una clase en un aula con un alto número de niños hiperactivos es una tarea muy dificultosa. La normativa dice que estos niños han de sentarse en los pupitres de delante. El problema, muchas veces, es que murmuren o hablen, haciendo que los alumnos de atrás no puedan escuchar las explicaciones. Entendiendo que los hiperactivos necesitan moverse continuamente, el profesor autorizará que se levanten en determinadas ocasiones (para ir a la papelera, al baño, etc.). En otras muchas, se balancearán en la silla o jugarán con el material, acabando casi siempre por los suelos.

Aunque en el aula la conducta de estos niños pueda ser disruptiva, es en el laboratorio donde entraña graves peligros para la propia integridad y la de los compañeros. Si bien en los laboratorios escolares, los productos químicos están bajo llave, un procedimiento a priori inocuo, como la separación de una mezcla, puede convertirse en algo peligroso si el material de vidrio termina rompiéndose. Los ácidos y mecheros, se mantendrán alejados de los niños debido al elevado riesgo de quemaduras e incendios.

Si convivir con un niño incapaz de estarse quieto es complicado, intentar transmitir conocimiento a varios juntos, es practicamente imposible. Así, es frecuente que haya que repetir la última frase pronunciada dos veces sistemáticamente, porque el alumno hiperactivo se convierte en un eco, que pregunta justo aquello que el profesor acaba de afirmar. Su necesidad de hablar es tan imperiosa que no esperará a que se le conceda la palabra. Y al profesor no le quedará otra que trabajar su paciencia, esa que el alumno jamás tendrá.

Querido abuelo VII

Querido abuelo, Un nuevo año termina y como tengo por costumbre, me gustaría compartir contigo como evoluciona mi sueño de ser docente. Casu...