Las primeras impresiones

Que hay una brecha enorme entre la teoría y la práctica, todos lo sabemos. Y que la experiencia es un grado, también. El profesor novato, sin embargo, es un idealista, que haciendo caso de las actuales corrientes pedagógicas, intentará dar confianza al alumnado para instaurar el diálogo de "tú a tú" como método de aprendizaje. El joven entusiasta se dará cuenta enseguida que este sistema es difícil de implantar y descubrirá con asombro que, tratando con adolescentes, la única forma de lograr el orden en clase es a través del miedo, que para ellos es sinónimo de respeto.

Las últimas investigaciones en materia de Educación dicen que la mejor manera de atraer la atención de nuestro alumnado es partir de sus intereses; esforzarse por conocerlos y tener en cuenta su opinión sobre el desarrollo de la asignatura. Por este motivo, el profesor de primer año dedicará las clases iniciales a conocer a su alumnado y les dará espacio para manifestar sus inquietudes sobre la materia. Pronto descubrirá que tal ejercicio de confianza, se volverá en su contra: gran parte de los adolescentes desconocen donde están los límites y con frecuencia olvidan cual es su posición, creyéndose con el derecho de decirle a los adultos, en este caso, profesores, lo que tienen que hacer.

Con esta lección aprendida, el profesor de segundo año empezará el curso enumerando las normas de la asignatura. La presunción de inocencia desaparece y la política que se aplica es la de "todo el mundo es culpable, hasta que se demuestre lo contrario". Es triste que haya que empezar amenazando, pero la actitud empática del primer año parece haber fracasado. Las ayudas por parte del profesor, inicialmente prestadas desde el primer día, se convierten ahora en un premio al buen comportamiento. Es lo que ocurre cuando damos todo al principio, que la gente se olvida de valorarlo. La cosa cambia cuando se pasa de tenerlo todo a tener que ganárselo.

La Educación ha cambiado mucho en los últimos años; aun así, es curioso descubrir que los métodos de antaño siguen funcionando. Encontrar el equilibrio entre la disciplina y el diálogo en la docencia no es tarea fácil. Un profesor que atemoriza a la clase mantiene el orden con un solo guiño de ojo, pero a cambio, el alumnado no se atreve a preguntar o levantar la mano. Por otro lado, un profesor que crea un ambiente distendido para que el alumnado participe, acaba viendo como la clase se va de madre. Supongo que no existe una fórmula mágica al respecto, solo queda seguir experimentando.

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