Bienvenidos a la misión

Bienvenidos a mi nuevo proyecto. Hace meses que le llevo dando vueltas a la idea de empezar un blog docente, mucho más serio y específico que su predecesor. Aunque no os asustéis, porque en este humilde blog no faltará sentido del humor. Quizás sea fruto de un proceso de maduración personal, quizás sea la forma de compartir con vosotros, mis fieles lectores, anécdotas y experiencias de esta profesión. Quizás este blog sirva de refugio a algún profesor novato en busca de comprensión, quizás lleguen a él madres y padres buscando información sobre lo que acontece entre "esas cuatro paredes" del colegio o quizás podáis leerme todos aquellos a los que como a mí, os interesa la educación. Y quizás también algún alumno que por un momento quiera meterse en la mente de un profesor.

Hace ahora un año que mi andanza docente comenzó. Siempre me gustó enseñar, quería trabajar con personas. Es por eso que después de once años en la universidad, decidí matricularme en el Máster de Profesorado, antiguo CAP, una titulación muy solicitada en los últimos tiempos debido a la precaria situación del mercado laboral. Para muchos de mis compañeros de Máster, era una alternativa a la falta de trabajo, la opción B. En mi caso, era mi opción prioritaria. Afortunadamente, pude presentar mi TFM en julio y empezar a enviar currículums a los colegios privados. Carecía de experiencia más allá de las clases particulares, ni siquiera tenía las famosas habilitaciones; pero estaba muy motivada para empezar a trabajar y decidí probar suerte. Y la suerte me sonrió.

Empecé el curso en septiembre con mucha ilusión pero también con cierta inquietud por querer hacerlo bien. Son tantas las preguntas que te planteas al principio. Nadie me había enseñado a hacer la famosa programación, con ayuda de los compañeros pude sacarlo adelante. Encargada de una asignatura en dos cursos, para ser el primer año, el reto era grande. Pero el desafío más importante fue, sin lugar a dudas, el de dar clases. Sabía que no sería fácil, no por los contenidos en sí, sino por intentar explicar algo en un aula llena de adolescentes. Agradecí los consejos de otros compañeros pero decidí cometer mis propios errores y aprender de ellos. Creo que todos tenemos ese derecho. Así, entre ensayo y error fue pasando el tiempo, fui conociendo a los alumnos cada vez más, nos fuimos acostumbrando unos a otros y establecí con ellos una extraña relación de lejanía-proximidad. Aprendí que en la adolescencia, los sentimientos se arremolinan de tal forma que un día te odian y al siguiente, te aman.

Y así, sin quererlo, sin apenas darme cuenta, el curso terminó. Hubo momentos complicados, en los que me replanteé si de verdad valía para ello. Una cuestión de talante, ya no de conocimientos. Establecí contacto con los jóvenes de ahora, que nada tienen que ver con los de antes y aprendí a valorar, aún más si cabe, el trabajo de los profesores de mi infancia. Comprendí el hastío con el que ciertos profesores terminan su vida laboral, entendí por qué existen las bajas por depresión o por qué las vacaciones docentes son más largas que las de otros trabajadores. Al final, recibí un precioso mensaje de una alumna en el que me agradecía haberle devuelto la pasión por las ciencias. Todo el esfuerzo mereció la pena; lo había conseguido, hacer realidad mi sueño.

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