Una vez, mi director de tesis me dijo lo siguiente en relación a su puesto de profesor en la universidad: "los que estamos aquí no es que seamos mejores, simplemente resistimos el desgaste al que nos somete el sistema". Después de unos años dedicándome a la docencia y habiéndome introducido este último en el sistema público, he descubierto que tenía razón. Me sigue sorprendiendo que alguna gente juzgue "la buena vida" del profesorado, sin ser consciente de la carrera de obstáculos que supone tener una plaza. Las personas que lo logran son auténticos héroes y heroínas a los que a base de trabajo duro y muchas renuncias, en un momento dado, les ha sonreído la suerte. Factor clave cuando se suma al esfuerzo.
Empecemos por la enseñanza privada. Puede ocurrir que el perfil de profesor encaje con el proyecto educativo del centro, que el equipo directivo esté satisfecho con su trabajo, que congenie con sus compañeros, que sea valorado por el alumnado pero... no existan vacantes tras concluir la sustitución pertinente. El docente, 100% implicado con el colegio, habrá de lidiar con la frustración que supone que valoren su trabajo, pero no haya vacantes en el claustro. Quizás le aborde el pensamiento "si lo hubiese hecho mal, sería más fácil entenderlo". Aunque le cueste encajar la no renovación, se dará cuenta de que lo importante es la sensación de haber hecho lo correcto y buscará otros colegios, hasta que en un momento dado, consiga una jubilación o una plaza recién creada. Para que luego digan que es fácil trabajar en la privada. Suerte sí, pero buscada.
Sigamos con la enseñanza pública, el culmen de la meritocracia; un sistema que desafía la salud mental del profesorado año tras año. En tanto que sustituto, el docente tratará de acostumbrarse a la incertidumbre de no saber donde estará o que materias impartirá el curso próximo, con las consecuencias que esto traiga para su vida personal. A ello, le sumará la preocupación de hacer cursos para sumar puntos en el famoso concurso-oposición (si es que un día llega a aprobarla). Estudiará varios años consecutivos, llegará incluso a aprobar el examen, pero quizás no obtenga la plaza. Habrá de lidiar con la frustración del esfuerzo no recompensado y seguirá intentándolo (obligado por el sistema), hasta que un buen día, consiga situarse a la cabeza de la lista y obtenga la plaza. Una vez más, la suerte sí, pero buscada.
Volviendo al doctorado, por el que comenzamos. Si algo se aprende en esos años, es a ser resiliente, a trabajar para ver resultados en el plazo de años y sobre todo, a aceptar que hay factores que no dependen de uno mismo en la consecución de un puesto. La existencia de vacantes en los centros concertados, la obtención de una plaza en el concurso-oposición o mismo la consecución de una plaza docente en la universidad son sucesos que, en cierta manera, dependen del azar y de la situación de otras personas. La suerte no llega de repente, hay que vencer la frustración y no dejar de perseguirla.